Solo Hidalgo lo sabe

    No he podido decirlo en voz alta y hasta ahora aún no decido si he dejarlo explícito o descrito entre las líneas. Pero cuando todo lo que me dejaste fue tu nombre entre mis dientes, aferrándose a mi garganta, supe que no podría decirlo en algún simple lugar. Hasta ahora, solo Hidalgo lo supo.

 

    Sabía que era algo definitivo, como un revólver con una última bala. Y sabía que, para poder atravesar tantos sesos, tanta historia, debía dispararla justo en el momento preciso, ni un segundo antes ni después.  ¿Dónde, entonces, cometer ese necesario acto de liberación? 

 

    Justo en esos días un amigo se marchaba. Él vino con una idea de visitar Hidalgo, por las viejas peripecias. No necesité pensármelo mucho. Nunca tendría otra oportunidad como esta. Imploraba a mi mente que tuviera calma, que pronto sería sanada. Fue entonces que le pedí a un amigo que detuviera el coche en el punto más alto posible para que, al lanzar la historia por la borda, estuviera seguro que el impacto contra el suelo terminaría por destrozarla de una vez por todas.  Estaba con la garganta cargada con tu nombre. Resuelto y en compañía de unos amigos, partimos a Hidalgo. 

 

    Y ahí en la cima del mundo disparé tu verde nombre a los montes azules, confiando en que después de semejante grito, habría un fúnebre silencio que me calmaría la vida.  Sin embargo, los montes y los valles replicaron gritándome tu nombre hasta perder su fuerza. Y después, las verdes colinas y más allá las gigantes azules, guardaron silencio. Solo Hidalgo supo por qué me gritó tantas veces tu nombre y solo él sabe por qué se detuvo.