A la Luna: I. Juanito el menor.


I.               JUANITO EL MENOR.

 

Juan el menor decidió ir a la Luna desde muy pequeño. Le apodaban así porque era el menor de sus hermanos. Sus padres pensaron que era buena idea nombrar a todos sus hijos Juan en varios idiomas, uno fue Giovanni, otro Iván y otro Juan. El apodo se lo ganó en la escuela además porque era pésimo para todos los deportes. Siempre llegaba al último en las carreras, nunca lo escogían para los equipos de fútbol y tampoco era muy bueno en la educación física. Resaltaban otras aptitudes en su persona, como su amor por las letras y su incansable curiosidad para la vida, la ciencia y las lenguas. 

 

Se quedaba mucho tiempo observando cualquier cosa. Desarmaba sus juguetes para después fusionarlos en un mega juguete que quizá no funcionara muy bien. Atrapaba bichos y les miraba detenida y minuciosamente para después ponerlos en libertad. También le llamaban la atención los azulosos gigantes que divisaba en la distancia cuando sus padres los llevaban por la carretera, vivían lejanos tras las montañas y por la distancia, se mezclaban con el color azul que toman las cosas a la lejanía.  Pero de todas sus fascinaciones, ninguna se acercaba a lo que le hacía sentir la Luna. Le habían dicho que un conejo vivía allí y le costó concebir la idea que en un punto blanco tan pequeño en el cielo podría vivir un animal tan grande como un conejo. Después le explicaron que la Luna era gigantesca, solo que debía acercarse para poder ver el tamaño real del astro. Eso lo enamoró, siempre quiso conocer al señor conejo que vivía allí. 

 

La Luna y Juan el menor se hicieron dependientes el uno del otro. Juanito tomaba su rutina a modo de dejar libre la noche para subir a la azotea de su casa a observar a su amiga. Podría haber recibido la paliza de su vida, quizá perder todas las carreras del día o haberse quedado en la banca en el fútbol, pero la Luna le esperaría puntual en su azotea. Se recostaba boca arriba sobre sus brazos cruzados a manera de almohada y platicaba con su amiga. Los días en que algún catarro u otro incidente no le permitían subir, la Luna tampoco subía hasta su azotea, se quedaba sobre otra nube lejana o con las estrellas o simplemente no salía.

 

Le maravilló un documental que vio en televisión donde presentaban a los astronautas como la única forma de salir al espacio sideral. Más allá de un sueño, ahora tenía un plan. Empezó a ver todas las películas de astronautas que pudo y se hizo un traje de cartón con el que subía a su azotea. La Luna al verle, sonreía creciente como aquel sueño. En otras ocasiones la Luna se ponía guapa y llena para esas noches en que Juanito no podía con sus decepciones y entre llantos inclinaba la cabeza para ver a su brillante compañera.

 

Continuó el sueño formándose un plan. Leyendo libros de la Luna, de matemáticas y poco a poco entró la física a asomarse en los libreros.

 

Un día sus padres le regalaron lo mejor que pudo haberle pasado a Juanito: un telescopio. Entre su padre y él lo instalaron. Juanito insistió en subirlo a la azotea pero su padre le explicó que bastaba con ponerlo en su habitación, cerca de la ventana. No podía creerlo. Con esto la Luna se veía tan cercana, tan hermosa, tan viva, pero sin señas del conejo. Quizá con suerte, algún día podría encontrarle.

 

Juan el menor dejó de subir religiosamente a su azotea, ahora le bastaba con observar la Luna por el lente de su telescopio. Incluso había días en que ni volteaba al cielo por las noches. Después el telescopio empezó a tomar polvo entre otros cachivaches en su habitación y pasó a tomar su lugar en la covacha.

 

Pasaron los tiempos y Juanito tomó un descanso de los libros para concentrarse en el entrenamiento corporal. De un verano a otro llegó Juan al colegio ya no tan pequeño sino más alto, más fuerte y un tanto más ágil. Sin embargo, en el barrio los apodos son difíciles de quitar y a pesar de semejante tamaño, en las canchas le seguían gritando: ¡Juanito el menor!

 

Resultaba curioso que cuando le hablaban, uno pensaría que por el diminutivo se presentaría un debilucho, alguien que podría pasar desapercibido en cualquier parte, incluso un poco torpe, que no presentara ninguna amenaza para nadie, que fuera pequeño pues. Vaya sorpresa nos llevábamos todos cuando al gritarle se ponía de pie aquel individuo. Era como un humano hecho de mármol, erguido y con la cabeza en alto. A pesar de su físico intimidante, Juan tenía ojos bondadosos. La gente se sentía tranquila a su alrededor, porque se habrá despojado de las debilidades, del físico lánguido, de las inseguridades, de la probabilidad latente de accidentarse y romperse la cabeza pero en el fondo seguía siendo el menor.

 

Y sí, tenía el físico gigante pero seguía siendo Juan el menor. Miraba la vida con la intriga de un niño, buscándole el por qué, el qué y el cómo a las cosas. A menudo no descansaba hasta encontrarles respuesta a sus interrogantes. Sin embargo, un día la vida le arrojó una pregunta que lo dejó helado: Victoria.

 

Comentarios

  1. Jajaja los primeros dos párrafos los sentí como una descripción de mi durante mi infancia, un poco caótica pero feliz.
    Y claro ese sentido de asombro y querer saber más nunca debería perderse, es algo maravilloso ser capaz de encontrar lo que hace unica a cualquier cosa, por común que parezca.
    Ya estoy esperando la próxima parte y descifrar a Victoria.
    Saludos����

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    1. Cierto, Victoria es un personaje interesante. Parecida y diferente a Juanito. Ya viene. Muchas gracias por leerme.

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  2. Que emocionante escrito.
    Me gusto la determinación del personaje principal para alcanzar sus metas
    También que al Pasar el tiempo sigue teniendo su misma esencia.
    No puedo esperar para continuar leyendo!!!

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    1. ¡HEY! Muchas gracias por leerme. Ya subiré pronto la segunda parte de esta historia llamada A la Luna: II. Juan el Mayor.

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  3. "Juanito" es la descripción de la mayoría de los hermanos menores, les queda el apodo en diminutivo pero terminan creciendo más que tú ... Completamente cierto el cambio de la infancia a la adolescencia donde muchos de los sueños quedan desplazados porque es donde nuestra mente empieza a ocuparse con tantas cosas nuevas, el cambio no solo es físico... aunque claro a fin de cuentas seguimos siendo nosotros.

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    1. Muy cierto. Muchos sueños nunca pasan la pubertad. Gracias por leerme y sí, ya llegarán más entregas de Juanito.

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