La covacha
Hace unos minutos que esa forma no hace nada.
Estaba viendo todos los cachivaches en esta covacha cuando me he percatado de ello. La he encontrado allí, inmóvil. La ventana ha sido tapada por un par de maderas,
con unos trapos fungiendo como si fueran cortinas que escapan y una gasa de luz cubre
el cuarto. Entre esa claridad dudosa se percibe la honda oscuridad de una
silueta. Con el rabillo del ojo he visto moverse justo antes de mirarle fijamente mientras la buscaba en dirección opuesta por donde ese
abrigo que me ha tenido ocupado en este embrollo.
Un par de décadas hacía que ya nadie entraba a este
cuartucho. La abuela contaba que aquí habían nacido la mayoría de sus hijos
pero eso fue antes del declive económico. Cuando el abuelo aun quería ser artista
y ahora sus forzosos trazos quedaron empolvados junto a las fotos del abuelo de mi
abuelo. Lugar donde mi tía Manola juraba tener un espejo que le compró a un viejo en
su bazar. 'Una ganga', decía ella. El mismo espacio que almacenaba tantos juguetes de
los tíos, que posteriormente tuvieron hijos y estos hijos, a su vez, sus
juguetes, y así hasta que llegaron los nietos que fueran mis padres. Mi tatarabuelo
era un respetado arquitecto que fundó su empresa, misma que se convirtió en el legado
de la familia, ahora un monopolio. También había un par de instrumentos de
cuerdas arrumbados aquí y otros allá. Llegaron a ser la otredad silente de la familia, sus sueños frustrados antes de sucumbir a la verdad impuesta de que todos
ellos, por llevar el apellido, no se dedicarían a otra cosa que no fuera la
constructora.
Puedo ver la horma de sus límites sin
distinguir más que una silueta. En la ignorancia de su esencia y de sus
motivos puedo sentir sus ojos en la negrura penetrando mis ojos. Mi respiración
es más persistente e intensa. Siento un frío nada razonable invadiendo mi piel
desde la coronilla de la cabeza hasta mis pies. Empiezo a sentir una humedad que brota de los
poros de mis brazos. Con frío y el corazón acelerado se forman pequeñas gotas saladas, deslizan por mis
vellos y transpiran a través de mi camisa.
Muevo la cabeza buscando un mejor ángulo de percepción para descubrirle.
Percibo en su contorno un brillo, un reflejo. Se esconde tras lo que parece un
cristal. Corroboro mi teoría al hacer el experimento de nuevo.
Ese cristal se parece al que teníamos en la puerta
de la casa dónde me críe al lado de mis padres. Por cierto, lo remplazaron varias veces.
Tantas que al final mi padre compró varios cristales de la misma medida para
tenerlos como repuesto en caso de que hiciera falta. Mi hermano, Orlando y yo éramos
la causa de tantos reemplazos. Cuando una pequeña diferencia terminaba en un
empujón contra el vidrio y alguno de los dos sangrando. Otras tantas veces, en tiempos de paz, una pelota impactaba contra el vidrio con fuerza, rompiéndolo.
Entonces las peleas con mi hermano eran más simples siendo niños. Poco a poco se fueron haciendo menos físicas pero más hirientes. Él
tratando de convencerme de que la gente en la compañía se había vuelto ávida, con un ambiente amenazante, entre otros y yo, cegados por el dinero queriendo participar en la
mesa directiva de la constructora.
El espejo que colgaba en la estancia de la casa
de los abuelos nunca había sido roto. Sin embargo, un día lo tumbaron de la
pared y lo movieron de su lugar. ¿A dónde? No lo sé. La tía Manola compró ese espejo
hacía unos años. Tal vez sea el reflejo de ese espejo lo que he visto. Pero eso significaría que la
sombra que logro divisar no se trata de otro más que yo mismo. No me parece lógico. Esa sombra oscura con cuencas huecas negras es demasiado delgada. Se ve demacrado, a punto de morir. No la he enfrentado aún. Quiero
hacerlo pero tengo la incertidumbre sobre si podrá pillarme volteando.
Ya unos años atrás, mi hermano intentó tomar su
parte de la compañía para poder, con toda intención, llevarla a la quiebra financiera a escondidas. Según él, la constructora es la causa de todos los males de
nuestra familia. Un día antes de que solicitara sus acciones ante los ejecutivos le
pedí que me manifestara sus verdaderas intenciones al hacer semejante movida. Él me
vio fijo y no pudo siquiera despegar los labios. Las palabras estaban de más. Lo conozco tan bien que le prohibí presentarse ante la mesa directiva.
No podía tomar riesgos. De inmediato le pedí a mi asistente un
acta donde se relegaba a mi hermano de toda relación con la empresa y que todas
sus participaciones pasaban a ser mías. La puse en el bolsillo interior de mi
abrigo y al día siguiente salí temprano a visitarlo. Por cierto, hizo que me compraran varias
botellas de vodka y una de tequila.
Llegué con mi hermano. Su esposa y dos hijos
estaban en casa de sus suegros así que le invité a venir al bosque a la casa de
los abuelos, la misma con la covacha en el patio trasero. Empecé a recordarle
tantas travesuras, aventuras y heridas inocentes que habíamos protaganizado en
estos caminos, aquellos cuartos y esos arbustos. Le invité varios tragos, más
de los que yo tomé para poder permanecer un poco sobrio. Entonces le dije que
estaba harto de las divisiones en la familia.
—Tus hijos y mis hijos deberían ser amigos
¿Sabes? Nuestras esposas deberían hablar de peinados y vestidos en tu cocina o
en la mía mientras tú y yo vemos el fútbol en la sala con cervezas. Algo
habitual—le dije.
—Tienes razón —arrastrando las palabras y acercándose
a mi rostro—, tienes razón pero el dinero no te deja. No te deja ni te ha
dejado ni te dejar... ni te dejar...—intentó una sonrisa fugaz— no puedo
decir... Ja! no te dejará.
—Estoy harto —ponía mis manos sobre mi
rostro—. Extraño a mi familia. Extraño platicar y juntarnos en las fechas
importantes. Estaría bien, vaya que estaría bien —observaba como clavaba la
mirada en el piso y sus comisuras se iban al suelo, estaba a punto de
quebrarse—. De eso quería hablarte.
— ¿De que querías hablar? —preguntó apenas
lográndolo con la garganta hecha un nudo.
—Debemos hacer algo, ahora que se puede.
—Pues habla hombre
—Este documento es lo que necesitamos —lo puse en
la mesa de centro frente al florero de cristal—, solo fírmalo y todo será como
queremos —le alcancé una pluma.
— ¿Qué es esto?
—Deja que yo me haga cargo del dinero. Seguirás
siendo beneficiario pero no serás miembro de la mesa, te quita todo el estrés y
te deja las ganancias. Hazlo.
Lo vio un momento y lo firmó.
—Siempre ha sido lo mismo —lloraba en el sillón.
—¿De qué carajos hablas ahora? —Doblando el
documento y poniendolo en mi bolsillo.
—Siempre ha sido el dinero. Nunca la familia.
Quieres todo. A ver si ahora que lo tienes podemos llevarnos bien.
—Papá siempre supo que yo me haría cargo de todo y
que tu serías un pollón que ibas a arruinarlo si lo tenías.
—¡Cállate!
—A pesar de tener la sangre... no tienes el nervio
—me puse de pie y caminé rumbo a la puerta.
—¡No lo sabes!¡Nunca me has visto hacerme cargo
de...!
—Él me lo dijo mientras estuvo consciente en el
hospital —apreté el gatillo de la chapa de la puerta para salir.
Mi hermano se abalanzó sobre mí tumbando la
mesa de centro junto con el florero. El florero impactó en el piso y sufrió un
corte transversal bruto. Me asió con fuerza y me llevó al suelo. Asestó
un derechazo en mi mejilla seguido de un golpe con la izquierda y repitió la
maniobra varias veces. Orlando era mucho mejor en las peleas físicas que yo.
Estaba tendido sobre mí reventándome la cara. Yo cruzaba mis brazos sobre mi
cara intentando protegerme y él estaba hecho un desastre entre llanto y furia
moliéndome a golpes. No parecía querer detenerse. Volteé el rostro a la
izquierda porque me dolía un poco menos mi perfil derecho. La sangre corría
entre mis dientes y bajaba por mis labios al bombeó de los trancazos que recibía
y lo vi. Al alcance de una brazada se encontraba el florero roto. Lo tomé y lo
llevé con fuerza a la cabeza de mi hermano. Cayó a mi lado. Logré gatear hacia
la mesa acostada y me sostuve de ella para ponerme de pie. Cayó
sobre su rostro sin meter las manos y con el trasero hacia arriba. Mi hermano estaba entonces sobre sus cuatro extremidades con una herida en la cabeza y yo de una pieza. El alcohol en mi sangre quedó completamente obstruido por la
adrenalina del momento. Unos momentos después intenté tomar el pulso del hombre
con mis dedos índice y medio pero la temblorina me impidió confirmar nada.
Encendí el motor del coche y huí.
Tenía que estar seguro de qué era lo que miraba. Tomé todo el valor que tenía y volteé a verle de frente. La silueta con sus relieves vagos poco a poco tomaba significado. Las cuencas hundidas y negras en realidad sí poseían ojos. El torso cadavérico en realidad tenía piel y ropa incluso. Las manos con piel pálida y falanges estiradas eran en realidad de una persona que me miraba sorprendida, petrificada por el miedo.
Iba desesperado queriendo llegar a la
ciudad cuanto antes. El volante estaba húmedo. El dorso de mi mano izquierda tenía
una pequeña cortada que estaba sangrando. Tal vez se hizo cuando rompí el
florero contra la cabeza del hombre que llevaba en el maletero. Parpadeaba
incesante queriendo encontrar una solución a todo cubriendo mi boca con mi
palma derecha, de vez en cuando chasqueando los labios. La carretera parecía
eterna y fría aunque traía calefacción y el abrigo encima. Empecé a lagrimear
un poco. Golpeaba el volante dejando pintadas mis palmas sangrantres, pensando en
que lo que llevaba en mis manos no era solo mi sangre. Entonces escuché un
quejido. Mi reacción fue voltear hacia atrás de inmediato para corroborar. Una
bocina irrumpió en la escena. Al voltear, me había metido en el carril
contrario sin querer y estaba a punto de impactarme con un carro. Logré esquivar
el golpe desviándome de la carretera. El coche derrapó un poco en la tierra.
Tras recuperar el aliento bajé y revisé el maletero. Estaba vacío. Si quedaba
algo de alcohol en mí, ahora ténganlo seguro: Se había ido. Hecho un hielo
volteé a mi alrededor pero no encontraba rastro de alguna posible ruta o de
alguien. Un coche se detuvo para ayudar pero le despaché pronto.
Regresé a la casa de los abuelos. No entré
a revisar porque se veía todo igual: luces apagadas y el rastro donde le había
arrastrado por el pórtico. Tomé tierra del jardín y pasto para cubrir la
sangre. Tal vez fue buena idea volver para encubrir un poco el crimen. El
abrigo que llevaba puesto también tenía sangre a la altura del pecho. Lo tomé y
lo llevé a la covacha en el patió trasero. Solo lo arrojé por uno de los huecos
entre maderas que tapaban la ventana. Tenía la intención de entrar a revisar
cuando me sonó el móvil. Era mi hermana, Carla. Contesté aun con los ojos bien
abiertos buscando pistas entre los arboles del hombre pero no encontré ninguna.
Respondía las preguntas de Karla en automático. Le dije a Karla que fuera breve
porque debía manejar. Ella me citó a un almuerzo el próximo sábado y colgó.
Subí al coche y tomé el camino de nuevo.
Esa noche no dormí nada. Mi mujer lo notó.
Estaba acostado en la cama pero no me movía. Los ojos como platos rojos como
los zapatos de un payaso, sin poder dormir nada.
La sombría persona estaba un poco encorvada
frente a mí, en el cristal. Viéndome como un adicto en abstinencia viera la cocaína,
sufriendo la desintoxicación. Quería asignarle un nombre... Identificarle.
Inclinaba mi cabeza a la izquierda y a la par él lo hacía a la derecha. Escuché
un carro estacionándose afuera y ambos volteamos a la ventana.
—¿Que pasó hoy? —decía mi mujer unas noches
después. Cuando la excusa del estrés empresarial se volvía vieja.
—Dinero, amor, siempre ha sido dinero... siempre
es dinero... y siempre será dinero...
Estaba sobre su brazo viendo la imagen de
un hombre que acaba de intentar asesinar a alguien pero no pudo descifrarlo.
Ella también estaba harta de estar en segundo plano. Me dio la espalda y concilió
el sueño al tiempo.
Me reporté ausente en la oficina.
Lo que hice todo el día fue sentarme
en la sala pensando en llamar a alguien para contarle. Cuando llegó mi esposa
por la tarde seguía sin dirigirme la palabra. Intenté iniciar una conversación
monótona como antes, pero objetó que no estaba de humor. Volví a caer sentado
en el individual de la estancia. Cuando ella, al entrar, aventó su chaqueta
sobre el sillón pude pescar con mis ojos cuando cubrió mi abrigo manchado de
sangre debajo de él. Como rayo me levanté para tomarlo pero no había nada.
Al día siguiente fui a ver a mi hermana al
restaurante que me había citado. Llegué con traje de vestir y queriendo lucir
lo más nítido posible. Me senté frente a ella mientras ella deslizaba el dedo
por su teléfono móvil. Cuando alzó los ojos para saludarme no escondió su
asombro.
—Estoy intentando llamarle a Orlando para
invitarle... —levantó la vista y dejó el móvil— ¡Vaya! Te ves jodido.
—No lo menciones.
—¿Ahora qué ha sido?
—¿Estrés?
—Más bien como una desintoxicación diría yo. En
fin, Orlando no contesta. Quería invitarle porque quiero hablar con los dos
sobre la compañía. Quiero aclarar un par de cosas pero mejor esperamos a que
llegue. Le he mandado mensaje. Él ya sabía de esta reunión. Dijo que vendría si
tu venías. Le acabo de mandar un mensaje cuando vi que te estacionaste por la
ventana.
—¿De qué va esto?
—¡Espera a que llegue! —dijo abriendo los ojos y
juntando los dientes. Carla siempre ha sido bastante mandona.
—No creo que venga.
—¿Cómo sab... Muy bien ¿Qué pasó? —Reprimía los
labios—.
—Lo usual. —agachaba mi rostro y mantenía la vista
arriba como infante regañado—.
—Podrán tener cuarenta pero siguen siendo unos
niños —sonrió.
—Ya di lo que ibas a decir. Después le cuentas.
—Se trata del por qué le di mis acciones a él. No
era para que se llevaran las cosas peor entre ustedes sino para mejorar. Él
estaba planeando darte su parte y le dije que esperáramos un poco a que
recapacitaras. Por eso le di mis acciones, para que no pudieras echarlo de la
junta antes de tiempo.
No pude evitar el llanto. Desconsolado.
Imposible explicar la culpa que me abrigó. Ella intentó calmarme pero no pude
más que excusarme y retirarme a casa.
Llevaba puesto un traje y corbata.
El cráneo alargado como la cabeza de un caballo pero encorvado como una hoz. Se le podía observar de perfil mientras observaba la ventana averiguando
quien estaba llegando. Se escuchaba en la distancia el sollozo de una mujer que
se hacía más fuerte.
En mi camino a casa el radio iba apagado y
yo iba llorando. Entonces escuché un quejido con la voz de Orlando proveniente
del maletero. Me orillé de prisa y revisé el maletero para encontrar que una
rata estaba allí con una cuerda. Pude ver como una rata gorda grisácea roería
una cuerda, mordisco a mordisco hasta romperla en dos para después seguir
mordiendo. No hice ningún gesto y cerré el maletero. Por la noche, sin
conciliar el sueño me levanté a tomar agua. Estaba pensando en la rata
¿Seguiría en mi maletero? Me cubrí con algo y salí a la cochera. Estaba
inquieto debo admitir. Desactivé la alarma de la camioneta y abrí el maletero.
Le vi ahí acostado cubierto de sangre en la cabeza, observando sin vida,
Orlando estaba allí. Cerré el maletero y aún más rápido entré a casa.
Recargado en el cristal de la puerta tras de mí el miedo me estaba paralizando.
Lleve mis manos a mi pecho para tranquilizarme y sentí agua en mis manos. Mis
manos rojizas descubrieron el abrigo que llevaba. Lo quité rápidamente y grité.
Gracias al miedo me senté sobré el piso y me arrastré para alejarme del abrigo
y de la puerta donde podía ver a Orlando sosteniendo una hoja presionándola
contra el cristal tras ella. "¡¿Qué quieres?!" gritaba una y otra
vez.
Laura, mi esposa, bajó y encendió las luces
para ver qué pasaba. Tenía a emergencias en el celular y me preguntaba qué
pasaba. La vi muerta del miedo y yo estaba igual, señalando la puerta. Ella
volvió a preguntar qué pasaba. Gire mi cabeza y la puerta estaba allí sola y
frente a ella en el piso del recibidor no había ningún abrigo.
—¿Qué está pasando?
—¿Cuál es su emergencia? —decía una voz en el
móvil.
—Había algo... lo sé... Orlando estaba allí con el
contrato...
—¿Orlando? —me replicó molesta—. Disculpe señorita
parece ser que se trata de un problema familiar nada más —colgó la llamada—.
¿Qué pasa con Orlando y de qué contrato?¿Sigues con querer su parte? Deja ir
eso... Necesitas ver a alguien para que te ayude. No estás bien. Mañana iremos
a ver un médico. Mientras vamos a dormir.
Me levanté mareado y obedecí hasta donde
pude. Me acosté en la cama junto a Laura pero no dormí ni un rato. Podía ver a
la rata en el maletero mordiendo la cuerda con sus dientes, tan gorda con
delgados cabellos largos, crecientes y grises. Ahora pellizcando un dedo pálido
a mordidas. Poco a poco hasta llegar al hueso. La vi comerse toda una mano
frente a mí mientras tenía los ojos pelados en la oscuridad de mi habitación.
El sol entró por la ventana y Laura se despertó para encontrarme alerta.
—¿Hace cuánto no duerme? —cuestionó el doctor.
—Unos días tal vez, no lo sé.
—Van por lo menos cinco días —corrigió
Laura.
—¡Cinco días! Eso es demasiado. Para este entonces
es probable que ya haya tenido más de un episodio como el que menciona que tuvo
anoche. Necesita dormir.
—Es su trabajo doctor, es demasiado estrés, tanto
que afecta sus relaciones con los demás y conmigo.
—Señora, yo puedo ayudarle con el insomnio pero no
más —decía al escribir la receta médica— tome esto y podrá dormir.
—Gracias doctor.
—No hay problema —el doctor pintó una sonrisa en
su rostro donde su boca se abría más de lo probable— ¿No queremos ratas gordas
cierto?
Estiró la boca tan amplia que su labio superior cubría sus
ojos como un velo. Su rostro solo era una boca con sus dientes largos y afilados. La lengua se puso gris,
gorda y le salió una cola. Caminaba su lengua hacia fuera como una rata. Cayó en su escritorio y pude
ver que estaba mojada con sangre por las pequeñas patitas que quedaban tras su
caminar.
—Tome esto y se olvidará de las ratas —espetó de
nuevo el Doctor.
—Claro doctor, muchas gracias —se molestó Laura al
verme helado.
Esa noche estaba en la sala sentado y Laura
quiso ponerse romántica en un intento de aligerar las cosas pero yo no
seguí su juego. Preguntó si había tomado el medicamento, le dije que sí y se
marchó a dormir. Mentí.
Llegando la mañana mi celular vibró.
"Reunión semestral" avisaba en la pantalla. Por primera vez en casi
una semana pensé en otra cosa. No podía faltar a esa cita aunque eso
significara presentarse como un cadáver andante. Y recordé el contrato, el
mismo que estaba en el abrigo en aquella covacha. Así que me duché y me vestí
para asistir. Me puse mi traje gris oscuro, camisa blanca y una corbata negra.
Necesitaba el condenado contrato. Al ir manejando pensaba en lo que implicaba
volver a ese lugar. Faltaban solo unos cien metros para llegar cuando mi
celular sonó, era Carla.
—Hola Carla. Dime rápido, que llevo prisa.
—¡Hey, algo malo ha pasado con Orlando... —estaba
llorando—. Me llamó Lorena, lleva unas semanas desaparecido pero no querían
alarmarnos. Fui a la policía y sabemos donde está porque tiene activado su
teléfono. Adivina dónde...
—¿Dó...
—En la casa de los abuelos. Voy para allá en este
momento y la policía también va en camino.
—Estaré ocupado —maldición—. Pero ando cerca
voy a pasar al rato.
—Claro.
El miedo me poseía de una pieza. Aceleré los
últimos metros y llegué directo al patio trasero. Entré de prisa
queriendo largarme del lugar en ipso facto teniendo la fortuna de no estar
presente cuando Carla llegara con las autoridades. Y entré alterado a
buscar por el abrigo. Ahí fue cuando encontré la sombra.
Cuando le vi nuevamente, ya estaba con
sus ojos oscuros sobre mí. Tragué saliva y levanté mi pie derecho y lo puse
frente a mí. Él en sincronía levantó su pie izquierdo y lo puso frente a él.
Nos acercamos a la par y quedamos a un paso de distancia. Él ahogó un grito
cuando mi celular sonó, Carla llamaba. "¿Dónde estás?" escuchamos
fuera de la covacha. Se abrió la puerta un poco; no abría mucho porque con el
tiempo y el uso se había hinchado impidiendo que se pudiera abrir más allá de
unos cuantos centímetros sin que se atrancara en el suelo. Por el espacio libre
se asomó alguien.
—¿Qué estás haciendo? —dijo al verme allí en la oscuridad.
—Carla... no entres. Hay alguién más acá.
—¿Quién está aquí? No hay nadie aquí.
La sombra me miraba como un venado observa
antes de que el cazador le de muerte
—Hay una persona... o algo así... parece que está enferma.
—No hay nadie aquí.
—Amigo, solo quiero el abrigo y me largo, en serio.
—¿Con quien hablas?
—¡No entres!
—¡Luca!
Ambos volteamos.
La sombra entonces levantó los brazos largos y flacos por los aires como si estuviese apunto de aprehenderme. En una desesperada movida lancé un puñetazo izquierdo al cristal y lo rompí en pedazos logrando, por fin, tomar el abrigo. Sentí un gran trozo de cristal clavado en el antebrazo y la sangre fluir fuera de mí. No sopesé mucho las cosas y tiré del brazo abriéndome más la herida. Carla entonces entró aprisa gritando por ayuda. Con mi mano derecha saqué del bolsillo interior del abrigo el documento empapándolo en mi sangre. Carla presionaba mi antebrazo izquierdo con ambas manos, temblando, inútil quería parar la hemorragia. Los paramédicos seguro se encontraban dentro de la casa con Orlando tratando con el cadáver. Yo sentía como Carla se volvía borrosa y la luz abrigaba la habitación, brillante e irritante. Carla dejó la herida para salir a llamar a gritos a los paramédicos. Cuando dejó de ejercer presión sentí como fluía la sangre tan abundante, calentita bañando mi brazo y el piso. Entraron unos hombres que me pusieron en una camilla, cubrieron la herida y me llevaron a la ambulancia. Carla aseguró que nos seguiría de cerca al hospital. Uno de ellos me arrancó de la mano el contrato y lo guardo en una bolsa de plástico. Carla pidió la bolsa para guardarla. Cerraron la ambulancia y en el camino, entre la molesta luz y sonidos lejanos, logré escuchar la conversación.
—¿Qué le pasó a este? —preguntaba el conductor.
—Se cortó.
—¿Con qué?
—Un espejo al parecer.
—¿Tú que dices? —dijo uno de ellos mostrando una
jeringa con medicamento.
—Perdió mucha sangre —sacudía la cabeza—. No
llegará ni a la esquina.
Yo deseaba levantarme y gritarles que se callaran. Lo único que deseaba era dormir.
Saludos ... Te invito a pasa por mi blog.
ResponderBorrarHola. He entrado a tu blog como solicitaste. Saludos lector.
BorrarDebo admitir que pocas veces una lectura provoca en mi que me sienta curiosa por saber que sigue después... Muy buena��
ResponderBorrarGracias estimado lector. Me gustaría escuchar tu opinión sobre otros escritos de aquí. Adelante, pasa y ve que te interesa.
BorrarPuro suspenso...
ResponderBorrarLeí está historia hace mucho y ahora que la vuelvo a leer se siente igual de asfixiante, es que ya sabía que la figura espeluznante era el mismo, pero la forma que se proyecta la culpa y como atormenta al protagonista...
Gracias por re-visitar este texto. Un abrazo.
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