La franqueza de Don Franco.
Llegamos a
una casa con fachada a medio terminar. Con bloques grises a la vista y un bulto
de arena por una esquina junto a la carrucha. Una pala con el mango de madera
roído por termitas, reclinada sobre lo que fuera un árbol de limón, a unos días
de morir. Había una bolsa de basura desgarrada y alimentos en proceso de
putrefacción desparramados por aquí y unos cuantos a la distancia cerca del
tronco seco.
—¿Tiene
gatos?
—No. Aunque
a veces creo que entran algunos.
—Parece que
sí.
—O serán
las ratas. Usted hágame el favor de ignorar el desastre.
—Será difícil —murmuré—.
—Será difícil —murmuré—.
—¿Perdón?
—Que no se
preocupe.
Después de
asentir me hizo una seña para que entrara.
Me pareció extraño que el primer cuarto que estaba a la vista era una cocina. Lo primero
que vi fue una tubería oxidada que te hacía dudar de siquiera girar la llave
del grifo. Debajo de la llave se encontraba una tarja blanca con marcas
amarillentas en las orillas con unos trastes sucios. Debajo le sostenían unas
varillas de poco grosor que hacían que cada que utilizaras el espacio se
meciera de acá a allá. Tenía una repisa antes del nivel inferior con un
molcajete y una prensa para hacer tortillas a mano. A mi izquierda, a unos
pasos, estaba el comedor. Una mesa de fierro con un mantel transparente que
tenía una capa pegajosa y brillante protegiendo el metal oxidado. Encima de la
mesa había unos plátanos cafesosos y un durazno. Más allá de esa mesa estaba el
sillón. El sofá tenía muchas revistas y libros viejos apilados encima. En el
único espacio donde no había libros, había periódicos arrugados formando una bola,
amontonados.
—Puede
tomar una fruta para calmar el hambre si lo desea.
—Gracias,
guardaré el apetito para el plato fuerte.
Don Franco esbozó una risa.
Don Franco esbozó una risa.
—Decía
usted que trabajó en un restaurante...
—De comida china
—interrumpí.
—Claro.
Entonces podrá ayudarme en la cocina.
—Era mesero
—corregí.
—Pondrá la
mesa entonces.
Yo vi una
nubecilla de mosquitos sobrevolando las frutas y sonreí lento y forzado.
—Espero le
guste el puerco. Estoy
cocinando costillas —dijo Don Franco.
En una olla
vieja, sobre la estufa (entre esta y aquella daban un buen show de antigüedades)
se encontraban las costillas. Me acerqué a ver cómo pintaban las cosas. Nunca
se me había antojado menos un pedazo de carne. En el fondo de la olla se
desperdiciaba todo el espacio plateado y en un rincón se encontraban los cinco trocitos
de carne. Él dijo que solo faltaba el toque final. En este punto estaba
ponderando si valía la pena tolerar aquel escenario por el simple sentimiento
de culpa que me había abordado hacía un rato, al pensar que sería esta la enésima vez que le
rechazaría su invitación a comer.
El buscaba
algo en su refrigerador. Movía trastos. Husmeaba en bolsas. Finalmente encontró
unas especias y un par de verduras.
—Yo solía
trabajar en el servicio de alimentos.
—¿Cómo?
—pregunté.
—Coordinaba
el servicio de alimentos de grandes restaurantes, restaurantes de renombre.
—¿Chef?
—No. Yo
coordinaba todo el servicio al cliente, tiempo de entrega de los alimentos, el
calibre de servicio que brindaban los meseros. Con el tiempo me empezaron a
llamar algunos dueños de restaurantes y me pedían que trabajara con ellos.
Sonará a presunción, pero era bueno en eso. Llegue a tener mucho dinero. ¡Vaya
que hice mucho dinero! Pero los vicios, hijo, los vicios arruinan todo. Mira
nada más a dónde hemos llegado. ¿Te gusta el jitomate o el tomate?
—¿No es lo
mismo?
—¡Claro que
no! uno es rojo y otro verde.
—El que
vaya mejor con el guisado.
—Ambos,
pero tomaré el jitomate —tomó el verde y lo puso en la tablita de picar. Con su
diestra sostenía el cuchillo y mientras hablaba hacía ademanes con él—. Te
decía que me hice una fama entre los restauranteros, o sea, los que manejan el
negocio. Me hicieron una oferta tan buena que decidí mudarme por aceptarla.
Llegué a la ciudad de Guadalajara y fue difícil. Sabes que alguien de esta
ciudad no es bien recibido allá ¿no? Bueno, tal vez ahora ya han cambiado las
cosas, pero en los sesenta era mucho peor. Dejé que mi trabajo hablara por mí y
soporté todo tipo de insultos. Con el tiempo incluso el jefe de meseros
reconoció mi trabajo, a regañadientes, pero lo reconoció. Engreído —rió—.
Bueno, en fin, el condenado mesero creía que iba a tragar gratis. No contaba,
de ninguna manera, con que yo era el que iba a repartir las propinas. Así que
le dije '¿Quieres ganar bien? entonces trabaja bien. Como todos los demás.'
Refunfuñó un poco pero lo entendió. Dígame ¿Le gusta el picante?
—Claro.
En este
punto, Don Franco ya había picado un par de jitomates y procedió a tomar unos
chiles pasilla y a molerlos con una piedrita cual molcajete.
—Tenía
autoridad entonces.
—Me imagino.
—No es por
ser presuntuoso, pero era bueno en lo que hacía. Tal vez haya escuchado de un
record Guinness por el servicio de alimentos más rápido que hay en Guadalajara
—asentí—. Pues ese servicio es mío. ¿Está familiarizado con las comandas?
—Sacudí la cabeza— Bueno, le explico. Son las que se utilizan para levantar
pedido. Dejaba una hojita en su mesa junto con un bolígrafo, usted escribe lo que
quiera comer y yo llevaba su pedido a los cocineros. Era algo nuevo en aquel entonces.
Como sea, querían que implementara esa forma de trabajar y la combinara con una
comida por tiempos ¡¿Se imagina?! Eso no se puede. Entonces tuve una fuerte
discusión con el dueño del restaurante, discusión que concluimos resolviéndonos
a probar mi método por comandas sin tiempos por un mes. En ese mes la fama del
restaurante se hizo grande. Recibí ofertas de otros restaurantes para trabajar
con ellos e incluso se peleaban por mí. No renuncié. Al principio les costó
entenderme, pero con el tiempo aprendieron que la forma como yo trabajaba era
mejor. Claro, después todo aquel prestigio y dinero me dejó —hizo una pausa
viendo por la ventana— o lo dejé, no estoy seguro ya.
—¿De qué
habla? ¿Cómo lo dejó?
—Vicios
hijo, vicios.
Se asomó en
la olla y sacó con unas pinzas una costilla de puerco. Tomó un plato y me
sirvió la costilla.
—Usted es
una persona grande. Debe tener hambre. Coma eso mientras termino lo demás.
—Gracias,
pero me gustaría esperarlo—repliqué.
—Coma eso
mientras lo demás está listo.
—Ok —sonreí.
Frente a
mí, colocó un plato blanquizco y escueto con una costilla de cerdo dorada.
Tragué en seco. La llevé a mi boca despacio. La carne se sentía como un
malvavisco suave y esponjoso, sin embargo jugosa como un cítrico. Recuerdo
devorar el resto sin titubear.
Don Franco
puso a guisar en un sartén el jitomate con el chile. Mientras yo comía aquella
suculenta y exquisita costilla él habrá echado un par de especias más a la
salsa.
—A ese
trabajo le debo muchas cosas —continuó.
—Ajá —decía
con dificultad entre mordiscos—.
—Le debo,
entre otras cosas, el conocer a mi esposa.
Hizo una
pausa. Imagino que recordó muchas cosas porqué estaba sonriendo de una manera
genuina con ternura.
—En uno de
tantos restaurantes que trabajé, y esto no va en un orden cronológico en
particular, tuve muy buena relación con los dueños. Habré tenido veintipocos
años. Un día fui a ver al dueño, a su casa, para algo. —Tenía la mirada al
cielo tratando recordar— no recuerdo para qué. Toqué y me abrieron. Ella era la
que atendía la puerta. Lo demás es historia.
El hueso roído
de la costilla hizo ruido al caer en mi
plato vacío.
—¿Cuál es
la historia?
Él se sentó
frente mí en el comedor.
—La
historia es que nos enamoramos, nos casamos y pasamos todo el resto de su vida
juntos.
—Pero ¿qué
más hay de eso?
—Que un mes
después de conocernos supe que iba a ser la mujer de mi vida. Una mujer alta,
de rancho y con una belleza no idealizada pero perfecta. Una mujer de las que
no puedes desaprovechar si te las llegas a cruzar por tu camino. Una mujer con
sazón y no hablo de cocina, aunque era muy buena cocinera. Del tipo que hacen
feliz a un hombre.
—Quisiera
encontrar alguien así.
—Llegarán
mujeres, hijo, pero debes saber escoger. No te guíes por el exterior. Las
mujeres que están buenas son diferentes a las que son buenas mujeres.
—Me estoy
perdiendo.
—Cuando
conoces a este tipo de mujeres hay algo de ellas que te llaman y otro poco que
te gritan que tienen algo especial, una chispa, eso es, una chispa intangible
que penetra tu vida.
—¡Vaya!
—Mi esposa
fue la mejor que pude haber deseado. En muchas ocasiones superó lo que pensaba.
Ella me hubiera seguido a donde fuera. Lamentablemente, no pude devolverle el
favor al final de sus días. Sé que pude haber hecho más por ella cuando llegó
la enfermedad. —Don Franco fijó su vista en el infinito. Se le cristalizaron sus ojos. Tomó unos segundos para volver a la habitación y dirigirme su atención.—Llegarán varias a su puerta pero usted debe escoger. Como sea,
es hora de comer.
Me sirvió
otro par de costillas con la salsa por un lado y unos frijoles guisados que
calentó de prisa. Empecé a comerlos y descubrí que eran uno de los más sabrosos
platillos que me habían servido en mucho tiempo. Mientras comíamos él sirvió la cerveza, algo adecuado para la charla que estábamos llevando. Entre bocados le dije
un par de cosas triviales.
—¿Sabe? Aun
no es oficial, pero pienso mudarme.
—Le daré un
consejo sobre eso: múdese.
—Eso es lo
que ya pensaba hacer.
—Pero, hay
un pero, más allá de las razones que tiene para mudarse y usted cree que las
dejará atrás, le recomiendo que trabaje en ellas. Váyase sin ningún problema
que crea tener.
—Tengo
problemas como todos, pero me esfuerzo por hacer la paz con todos. No soy de
esas personas que pueden estar enojadas mucho tiempo con otros.
—No me
refiero a los demás, me refiero a usted. Todos sus problemas empiezan con usted
como persona, como ser humano, como joven, como hombre. Trabaje en resolver los
problemas que tiene usted —señalaba todo mi cuerpo—, resuelva todos sus
problemas interiores y verá que los demás se arreglarán más fácil. Cuando
sienta que hizo la paz con usted mismo, entonces podrá marcharse con
tranquilidad. Porque si cree que esos problemas se quedarán aquí, se equivoca.
Si no soluciona su interior, llevará esos problemas a donde quiera que vaya.
Él volvió a
su comida. Yo le observé. No tenía ninguna reacción después de la cátedra de
vida que le había impartido a su servidor. Disfrutaba cada bocado. Uno a la vez.
—Ese es uno
de los mejores consejos que me han dado en mucho tiempo —reconocí—. Tal vez
esta sea la mejor plática que he tenido en años.
—Solo digo
lo que he vivido. Veo que está por terminar su merienda. ¿Gusta que le sirva un
poco más?
—Don
Franco, con mucho gusto le acepto otro plato.
Heey! ¡Qué buena plática!, me gustó. Tengo planes de mudarme en unos meses y el consejo de Don Franco me gustó. Btw, me enamoré de lo que dijo de su esposa. Aww. Saludos.
ResponderBorrar¡Gracias estimado lector! Un abrazo. Éxito en tus planes.
Borrar"Si no soluciona su interior, llevará esos problemas a donde quiera que vaya" ha sido mi frase favorita, me hace pensar en lo indispensable que es estar en paz con uno mismo para ser feliz, sin arrepentimientos.��
ResponderBorrarSaludos
La forma en que lo dijo fue especial. Podías ver en sus ojos y escuchar en el tono de su voz que te hablaba con la veracidad que solo la experiencia te da. ¡Un saludo!
BorrarY que placer es siempre poder distinguir esos detalles que hacen la diferencia en la impresión que te dejan las palabras. Buen trabajo. ��
ResponderBorrar¡Gracias! Un gran saludo y un abrazo.
BorrarBueno eso fue excelente, don Franco es un sabio pero tengo curiosidad ¿que relación tiene el narrador con el? ¿negocios?¿vecinos? ¿solo conocidos? siento que me perdí una parte de la historia o esto es solo un fragmento.
ResponderBorrarEfectivamente, es el fragmento que vale la pena compartir. ¡Saludos! Tenía tiempo sin saber de ti, Sentidos.
BorrarHace tiempo que no comentaba en tus historias pero no dudes que las leí, me gustan, un saludo ya me "verás" en en otros comentarios.
BorrarComo todo lo que he leído aquí, bien narrado, te hace imaginar hasta pequeños detalles, sentir y hasta saber sus gestos, ademanes y tono de voz... Excelente!
ResponderBorrar¡Hey! Qué bueno leerte por aquí. Bienvenida a la pequeña familia de la gente de tinta.
Borrar¡Vaya como no había leído esto antes! Lo vi en su perfil de Instagram y no me di la oportunidad de pausar y leer hasta hace poco. ¡De lo que me estaba perdiendo! Que buena manera de redactar este cuento. Don franco le hace honor a su nombre, y es de esos personajes que (en lo personal) dan ganas de que sea real; o tal vez si lo es, no lo sé, pero que bonito leer un poco de los sabios consejos que da. Y me quedo con ganas de seguir leyendo más sobre ese ultimo consejo.
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