Los Manglares
I
Estábamos unos grandes amigos y yo en una hermosa playa de México. El agua te envolvía como la vida que siempre quisiste tener y la arena empedrada era un paisaje emanaba la vida que restaba. Los amigos eran la sensación de hogar que hacía casi perfecto el asunto. Poco después mi ojo captó a un individuo a cinco pasos de distancia que estaba completamente ausente. Ojos fijos en el mar, un poco de llanto inminente y el temblor de una sonrisa endemoniada queriendo salir. Me acerqué a preguntarle si estaba todo bien. El respondió que sí.
—Solo es el mar —me dijo.
—Lo sé. Le ha de traer recuerdos, supongo.
—Ya no —entonces le dedicó al gigante azul la más grande sonrisa que puede dar alguien.
—Claro, eso también está bien creo —me dio bastante miedo para ser honesto, por lo que yo estaba observando el mar paralelamente a su macabra sonrisa evitando verle de frente.
—¿No los escuchas?
—No tengo idea de qué hablas.
—Los manglares... ellos... —estaban rodando lágrimas por sus mejillas—. Siempre venimos aquí y nunca les dedicamos piropos como al mar, pero siempre están ahí recordándonos que todo estará bien.
—Son lindos, pero peligrosos.
—Oh no. No lo son. Son necesarios.
—¿Qué... ¿De qué...
—Esto querido amigo —me puso la mano en el hombro—, es una despedida.
—Espera, no me gusta cómo suena lo que me estás diciendo.
—Ellos me llaman, harán que todo se vaya al carajo.
—Solo es un asunto de perspectiva —decía tratando de calmarle—. Mira a tu alrededor. Hay una hermosa playa, gente que te quiere, ¡hasta comida y bebida! Estoy seguro que podemos salir adelante de esto.
—La decisión ya está hecha.
Él empezó a caminar hacia los manglares. Su tristeza era tanta que no podía hacer más que desquiciarse. Y allí entendí una angustiante verdad: No importa que tengas un entorno bellísimo, ni gente que te quiere, ni toda la comida y bebida, si te quieres matar, te vas a matar.
Yo seguía de pie a la orilla del mar y cuando recordé el actuar con prontitud, los manglares se habían tragado a aquel hombre. Alguien había muerto y no había hecho nada para ayudarle. Estaba dejando que la culpa me poseyera. Entonces un amigo vino y se puso a mi lado. El día ya se estaba desangrando frente a nosotros y yo había pasado todo el rato pensando en el hombre que se acababa de ir a los manglares.
—Somos tantos con tanto adentro que crees que eres único y que, por alguna absurda cuestión, eres más que los otros. Las tragedias de la vida son tantas que decides empezar a tragártelas y a fin de deshacer el nudo que se te hace en la garganta al tratar de pasarte la tristeza y media por ahí, las ahogas en orgullo, en adicciones, en oscuridad y acciones estúpidas. Quieres ser fuerte porque te has creído la horrible mentira que nadie quiere a los blandos. Y cuando finalmente te rompes, lo haces para siempre.
—¡Wow! Eso fue muy profundo para la ocasión —me decía mientras le daba un sorbo a su cerveza.
—Todos necesitamos un escape.
—¿Estás bien, camarada?
—Sí hablan.
—No entiendo.
—Se llevarían toda mi culpa —miraba al hombre flotando entre las hierbas y el agua.
—¡Santo dios! ¡Hay un hombre allí! —gritaba pidiendo auxilio y corriendo por ayuda.
II
Empecé a sumergirme poco a poco en el agua hacia los manglares. Sentía el agua subiendo por mis muslos, mi torso hasta llegar al pecho. La presión del agua sobre mis pulmones se sentía tan relajante que simplemente tomé tanto cuanto pude. El escape me venía necesario debido a querer arrojar lo que había guardado tanto tiempo.
Entonces volví en mi. En la orilla de la playa, a media noche, un hombre me había rescatado.
—Hijo, casi te nos vas —me dijo cuando se sentaba a mi lado.
Yo solo tocía con dificultad y me incorporaba para sentarme, apoyándome sobre mis rodillas a su lado.
—¿Qué hacías nadando a estas horas?
—No estaba nadando.
—¿¡No?! Entonces, ¿qué hacías?
—Escapar.
El hombre se acomodó en la arena. Se pasó la mano por el rostro y echó un gran respiro. Volvió su mirada hacia mi y puso su mano en el hombro y sonrió por el lado derecho del rostro.
—¿Estabas buscando una salida?
—S... Sí... —dije y oculté mi rostro entre mis brazos cruzados sobre mis rodillas.
—¡Vaya!
—Solo quería seguir caminando hacia los manglares y olvidarme de todo. Verá, hace mucho un hombre hizo exactamente lo mismo frente a mi y no le ayudé aunque podía hacerlo. Solo le vi morirse frente a mis ojos y encontrar la salida. Él creía que los manglares le hablaban y le llamaban para curar todo su dolor. Sonaba absurdo hasta que la culpa me comía vivo y vine aquí para corroborar su historia.
—¿Y qué encontraste?
—No hay un solo día en el que no escuché a los malditos manglares susurrando mi nombre, mi culpa.
Me era difícil expresarme por el llanto.
—Papá una vez me dijo: Hay que darle sentido a las derrotas, hijo —me dijo el hombre—. Y es cierto, si dejamos que nuestros fracasos definan el curso de nuestras acciones, entonces terminaremos sin esperanza caminando directo a los manglares. Hay que darle un por qué a los malditos dolores. Cuando dejas que cada caída te enseñe a fijarte más en cómo caminar o mejor, o ayudar a alguien más a no caer por allí, entonces el dolor no será desquiciante. Será una cicatriz con propósito. Los manglares siempre gritarán con toda su fuerza que sus ramas te curarán y que si cedes, entonces no sentirás más esos condenadas, asfixiantes, emociones. Puedes verles ahí sobre las aguas todo lo que quieras, pero debes tomar en cuenta que entre más les regales la vista más sentido tendrán sus voces.
Sobre el agua los manglares seguían hablando bajo. Pero averigüé que entre más me alejaba de ellos y más cosas en mi vida hacían ruido, sus susurros se volvían casi imperceptibles, pero siempre presentes.
"si te quieres matar, te vas a matar"
ResponderBorrarEsa frase fue matadora.
Me encanta lo metafórico de éste relato (tengo debilidad por las metáforas).
Los Mangles sin duda seguirán asomándose en los bordes.
Gracias Sentidos. Las metáforas son interesantes. Quería terminar en un punto más positivo la historia pero no lo vi factible. En fin, agradezco tu lectura.
BorrarAsí quedó perfecto.
BorrarSaludos.
Woow!! Demasiado perfecto para ser real.
ResponderBorrarCuántas verdades plasmadas en tan pocas letras!!!
Tan envolvente hasta el grado de sentirlo.
Y Concuerdo con sentidos... Esa frase... Fue matadora!
Muchas gracias por leerme. Es un honor que a alguien le guste lo que su servidor escribe. Un saludo.
BorrarEste escrito es demasiado profundo....
BorrarA pesar de ser un escrito fuerte, al menos para mi, definitivamente te deja una gran lección: "Si dejamos que nuestros fracasos definan el curso de nuestras acciones, entonces terminaremos sin esperanza caminando directo a los manglares". Para mí, esos manglares deben ser mis luchas internas a las que mientras más atención y vueltas les dé, más grandes se harán. Como dice, mejor será no seguirlos contemplando.
Gracias por compartir. Me parece un excelente trabajo.