La caja de Kleenex.
Les he encontrado en la mesa de noche en tantas habitaciones, como si estuvieran al acecho, cual buitres ante la muerte, esperando la desgracia para hacer su entrada triunfal. Se trata de los malditos Kleenex. Han sido creados para suplir una necesidad (ya veo), pero nunca están para algo bueno. Y han de estar allí sean necesarios o no, "por si las moscas". Y en lo que a mi respecta, esas moscas se pueden ir a ya saben dónde. Supongo que lo que quiero decir es, estamos tan acostumbrados a que todo irá mal que necesitamos prepararnos desde mucho antes, desde que todo va de maravilla. Porque seguramente todo se va a descarrilar en cualquier momento.
Un día dije ¡basta! y arrojé a la basura la condenada caja. Fue liberador, por un momento tenía la plena certeza de que si tiraba mis fusiles, la guerra no estallaría pronto. ¡Qué ingenuo de mi parte! No pasó ni una temporada cuando me habría resfríado. La necesidad arrolló mi dignidad y fui a la farmacia por una caja de esos pañuelillos. Compré una bien grande para semejante catarro.
Ahí pasé un fin de semana en cama viendo películas, leyendo un poco, comiendo sin ganas y durmiendo como oso. Vinieron un par de amigos a visitarme pero al final todos ellos se fueron. Hubo, sin embargo, unos camaradas ahí a mi lado a través de todo mi infortunio: mis kleenex. Se vincularon tanto conmigo que ya no los tenía en mi mesa de noche, sino que se habían ganado un lugar bajo mi cobertor sobre mi colchón. Estoy casi seguro que les abracé un par de veces durante las noches frías. Cada tanto, tomaba un pañuelo y me sonaba la nariz. Mi resentimiento hacia los pañuelos (ahora debilitado) celebraba una venganza al llenarlos de mocos previo a disponerlos en el bote de basura.
Entonces conseguí recuperarme. El lunes por la mañana el escurrimiento nasal era imperceptible en mi habla y para el jueves se había vuelto ausente por completo. La caja estaba arrumbada bajo mi cama y yo estaba consciente de ello. Me olvidé por completo de aquellos rapiñeros seres bajo mi cama.
Fui por la vida siendo feliz e iluso hasta un domingo por la tarde. Era un bello día para salir. Hacía sol, corría aire y se antojaba una nieve de limón. Sin embargo, el portazo al cerrar mi habitación mató la música de verano. Yo deseaba morir en la oscuridad de mi rostro contra mi almohada ahogándome en llanto. Me acurrucaba en mi cama fría juntando mis rodillas contra el pecho, apretando la almoahada contra mi rostro y desgarrandome el alma. Cada y tanto el llanto se acompañaba de un sollozante grito ahogado. Me di cuenta que había llegado al piso, no supe cuando ni cómo pero estaba tirado con media sábana cubriendo la caída y el resto destendido sobre el colchón. La almohada seguía conmigo. Recordaba respirar de vez en cuando y me calmaba un poco, luego recordaba lo que había sucedido y repetía el ciclo. Sin estar consciente de ello me quedé dormido con lágrimas por todo el rostro y un dolor en el estómago terrible.
Al despertar, tuve uno de esos momentos en los que pierdes la noción de todo y tu cuerpo entra en un modo de exhibición automática. No recordaba que estaba triste ni por qué estaba en el suelo. Fueron unos segundos en los que me parecía todo tan ilógico y carente de sentido. Así que aventé la sábana sobre el colchón y descubrí que bajo la cama, en el espacio ahora visible, se encontraba la vieja caja de Kleenex. Estiré mi brazo y los traje junto a mi. Quedaban los suficientes para limpiarme las lágrimas y los mocos que habían escurrido por mi nariz. Ahí recordé que mi vida estaba en pedazos y yo intentaba mantenerla junta sin éxito, apretando todo mi ser contra esa almohada a mi pecho. Pero los pañuelitos me recordaban que eso es parte de vivir y lo natural es limpiarse un poco para seguir llorando lo que sea suficiente hasta que sane el dolor.
Me encontraba en mi habitación en el suelo con una almohada y una caja. Me incorporé poco a poco volviendo al llanto. Dejé sobre la cama mi almohada y caminé al sofá con las toallitas. Me senté y cada tanto me limpiaba el llanto sobre mis temblorosos labios y cada cuando me daba hipo de tanto llorar, me faltaba el aire, me calmaba y otra vez. El iluminado día me había abandonado y en el vacío de la oscura noche en mi habitación hacía eco mi lamento.
Se hizo de día y yo estaba rendido en el sofa con una mano en el vientre y la otra abrazando la caja de los benditos Kleenex. Cuando el sol me dio directo en el rostro me despertó. Tomé el teléfono y me reporté enfermo en el trabajo (no pueden decir que mentí, de algún modo estaba cerca de morir). Ese día no requerí tantos pañuelillos como el día anterior. Vi televisión (si se le puede llamar así a encender el monitor y mantener la mirada fija en un punto indiferente para pensar y pensar en muchas otras cosas que te hacen sentir raro). Hice algo entretenido aun cuando no tenía ánimos de hacerlo (puse el bote de basura a unos pasos de mi y jugué baloncesto con los pañuelitos usados llenos de lágrimas y dios sabe que más. Hice varios puntos dobles y muchos más erré). Comí algo aunque no tenía hambre (solo jugué con un trozo de pan el cual solo llevé a la boca en dos ocasiones). Y me puse algo cómodo para dormir (me dejé la ropa que traía desde el día anterior solo que desfajé la camisa y desabroché el botón y cremallera del pantalón). Así que se podría decir que estaba mejor.
Al día siguiente solo saqué un pañuelo de la cajita. Ya no estaba llorando, ya no me convulsionaba de tanto dolor ni me parecía morirme, más bien sentía que ya estaba muerto y que en realidad no existía. El gel para peinar que llevaba ya dos días en mi cabello hacía un efecto de nieve sobre mi cabeza. Caminaba por el apartamento, pero no sentía ganas de hacer nada. Cuando no estaba dormido, estaba en el baño. Cuando no estaba en el baño, estaba comiendo. Cuando no estaba comiendo, estaba dormido.
Al tercer día tropecé con la cajita que estaba tirada frente al sofá y recordé que debía ponerla a la mano. Por eso la puse en la mesita de noche. El teléfono no paraba de sonar, en la oficina preguntaban por mi y sentía que alguien necesitaba asearse. Tomé una muy necesaria ducha. Salí a ordenar el cuarto, tirar envases de nieve, frituras, refresco y otras envolturas de golosinas. Había muchos pañuelos usados que estaban en los botes de basura y muchísimos más alrededor. Tiré toda la basura donde debía, aspiré el cuarto, abrí mis ventanas y pasé un sacudidor por las persianas. Una vez hecha la limpieza, quedó un objeto que no encajaba con toda la decoración en el cuadro: la cajita de Kleenex. Estaba en la mesa de noche, pero no hacía juego con nada. Además, el verla allí me recordaba que estuve enfermo y que lloré mares hasta desprenderme de mi dignidad en la oscuridad. Entonces ponderé las cosas, quizá la necesitaría en un futuro pero en ese momento la odiaba. Así que la aventé con todas mis fuerzas por la ventana y escuché que alguien maldijo cuando le pegó en la cabeza.
Al fin y al cabo ni son tan caras. Para las cosas malas pero necesarias uno debe poder acceder a ellas precisamente allí, cuando son necesarias, porque si uno compra las cajitas de pañuelitos cuando tiene salud, he escuchado que es un augurio de que le dará la gripe.
Eso es pura depreción
ResponderBorrarYa estas mejor ?
☻ Es una narración ficcional, tomé una experiencia de hace unos años y describí algo con lo que sé que casi todos nos podemos identificar.
BorrarCuando te das cuenta de lo imprescindible que son esos seres, son como una relación de van-vienen, van-vienen y por más que quieras terminar, amas regresar a ellos... Excelente trabajo!!! :)
ResponderBorrarMe conquistó la idea de hablar de un objeto de todos los días para narrar sobre un sentimiento de los peores días.
BorrarEsto es mejor que cualquier comercial de Kleenex.
ResponderBorrarPero hablando en serio te quedó muy bien, perfectamente puedo empatizar con este relato.
Bien podría ser comercial. Gracias por leerme Sentidos. Un saludo afectuoso.
BorrarCreo que entender que los Kleenex son tan necesarios como permitirnos sentir nuestra tristeza es imprescindible, muy buen relato solamente que yo no los hubiera tirado, los dejaría al lado de mi cama para saber que cuando sea necesario los voy a ocupar, teniendo la certeza de que como la gripe la tristeza un día tambien se va a marchar.
ResponderBorrarY ahora, en días alegres tal vez también podrían hacer acto de presencia... :)
ResponderBorrarExactamente ✨
BorrarGracias por leerme y comentar sus impresiones. Claro que son unos buenos acompañantes para lágrimas, prescindiendo si estas son de tristeza o de alegría.
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