A la luna: II. Juan el mayor
II.
JUAN EL MAYOR.
Juan el menor fue el último en salir de casa. Sus padres le ayudaron a
empacar las maletas y tomó un vuelo. Se fue a estudiar lejos de casa algo que
no le gustaba para convertirse finalmente en alguien mayor.
Al desempacar sus cosas encontró su telescopio. Después de una llamada
averiguó que su madre lo había metido por si acaso. Le pareció tierno el gesto,
pero innecesario. Lo guardó junto con la maleta. Alguien que está estudiando no
tiene tiempo para distracciones, pensaba.
El apartamento donde vivía concordaba con esto último. No tenía más que
una ventana que miraba a la parte trasera de otro edificio, hacia la
callejuela. Además de eso solo había paredes grises que, juraba el arrendador,
algún tiempo fueron blancas. La habitación venía con una cama y una silla, una
pequeña cocina para hacer comida para una persona o dos a lo mucho, una tarja
que funcionaba como lavadero, lavaplatos, lavamanos y todo lo que hay que
lavar. Tenía justo lo necesario para no distraerse. Concentrado pasaron los
días a meses y meses a años.
Hubo días regulares y malos. Los días regulares era cuando algo malo
pasaba y los malos era cuando todo lo que podía salir mal, salía peor. En esos
días quería escaparse por esa ventana, pero tan solo ver hacia la pared gastada
del edificio de frente le deprimía. Leía libros, veía películas, jugaba
videojuegos, pero no ayudaban mucho. La vida de persona mayor no le llenaba
como alguna vez su niño interior le prometió.
Un día recibió una llamada de su mamá diciéndole que la Luna estaba
especialmente bella esa noche. Juan recordó a su amiga. Su mamá le hizo
prometer que saldría a ver la Luna esa noche. Por primera vez desde hacía
mucho, Juan subió a la azotea de su edificio y miró hacia arriba. Sonrientes
los dos por encontrarse después de mucho y Juan de repente ya no se sintió tan
grande, ni tan mayor, se sintió aquel pequeño tras un mal día viendo a su amiga
sonreírle diciéndole bajito que todo iba estar mejor mañana. Mamá le habló para
asegurarse que hubiese cumplido con su palabra y Juan le agradeció recordarle lo
mucho que le encantaba la Luna.
Vinieron días buenos y malos después de esto. En los buenos subía para
dar gracias y en los malos subía a recordar que las cosas siempre que pueden
empeorar, también pueden mejorar. Decidió sacar su telescopio y subirlo junto
con él a la azotea. Buscaba al mentado conejo por algún sitio pero nunca
lograba pillarle. Le causaba gracia pensar que en algún tiempo él quiso ir a la
luna para atrapar a aquel conejito que vivía allí, y una parte de él aún quería
hacerlo, pero ya era demasiado mayor para pensar en esas aventuras.
Una noche de fiesta su madre le llamó a decirle que la luna estaba más grande y más cerca de lo normal. Él nuevamente prometió salir a ver la luna, pero entre la fiesta lo olvidó. Estaba por acostarse a dormir cuando su conciencia le advirtió que, a menos que saliera a ver la Luna, estaba por mentirle a su madre. Y mentirle a mamá es igual que mentirle a Dios. Así que salió de la cama, se puso algo medio decente y salió a ver la luna. Subió a la azotea con el simple objetivo de cumplir su palabra y bajar de inmediato. Pero al salir, la luz de la Luna era más radiante que ninguna que haya visto antes. Se quedó un rato viendo hacia arriba con la boca abierta y pensando en que siempre hay que obedecer a los papás aunque uno sea mayor y no quiera hacerlo como antes porque siempre salen cosas buenas de escuchar a los viejos.
Entonces bajó la mirada. Frente a él estaba alguien con una radiante
piel blanca tan brillante como la luz que bañaba la noche. La boca y los ojos
de Juan seguían bien abiertos mientras descubría la silueta de una dama. La
conoció como Victoria, la mayor de su familia. Una niña que era aguerrida
a la vida y como ella misma se denominaba: ‘luchona’, es decir, alguien que no
le teme a los retos ni a las nuevas experiencias. Al descubrirse bajo la luz de
la Luna, se veía como un astro en su propia órbita rayando la noche,
deslumbrando la vida, con su cabello cayendo como una gasa de polvo estelar
abrazando la tierra. Llevaba un vestido negro que solo resaltaba la luz de su
piel, la intensidad de su vida. El cabello lo llevaba arreglado de una manera
sencilla, pero elegante. Se encontraba charlando con una amiga bajo esa noche
alunada.
Juan no podía creerlo, ya la había visto por ahí, pero nunca así.
Recordó lo que alguna vez su abuela le dijo: “Hijo, en una mirada cambian las
cosas”. Y esa noche lo comprobó, a veces se necesita ver a las personas bajo
una luz diferente, para ver todo el brillo que podrían aportar a tu vida. Juan
se volvió, nuevamente, el menor. Tartamudo, torpe y atolondrado se acercó a
saludar. Movía la mano con la gracia de un asno y abría la boca bailarina con
unas cuantas frases que se desprendían titubeantes. Victoria era de lo más
linda con él e ignoró todo el circo que venía armando. Solo sonreía un poco y
respondía educada. El encuentro fue breve, no quería interrumpir la charla de amigas
y se despidió para volver a su dormitorio.
Se fue a dormir pensando en ella y despertó con algo en mente: verle.
Así que hizo preparativos y la invitó a cenar. Victoria entró a su dormitorio
curioso y con ganas de observar todo por allí, empezó a bailar al son de una
melodía que tenía en su mente y luego abrazó unos cojines que estaban sobre el
sofá. Juan solo la observaba con la boca descolgada y los ojos pelados. Le
recordaba a alguien que él había reprimido hace mucho. Ella era una niña feliz.
Victoria le contó a Juan de su infancia y de cómo siempre había sido la
mejor en todos los deportes, en la escuela, en la vida. Mientras hablaba, cada
un par de segundos Victoria parecía distraerse por algo que captaba su vista y
volvía a la conversación. Juan la observaba en silencio, sonriendo y grabándose
cada detalle. Victoria continuaba hablando sobre cómo confiaba en las personas
y qué estaba allí para cumplir sus sueños. Ese era su sueño. Entonces Juan sintió la necesidad de contarle
sobre sus sueños, pero pensó que eran absurdos. Terminó la visita y Juan subió
a contarle a la Luna sobre ella.
Victoria y Juan siguieron frecuentándose y hablando mucho. En uno de
esos encuentros, Juan decidió contarle sobre los sueños que tuvo de niño y
sobre su amiga la Luna y también habló sobre el escurridizo conejo que allí
habita y que alguna vez planeó atraparle.
—¿Sabes? Creo de verdad que tú puedes ser el primer cazador de conejos
lunares que exista.
—¿Qué dices?
—Eso. Creo en ti. Deberías luchar por ese sueño.
—Es muy tonto, es demasiado.
—Y es precisamente por eso que debes hacerlo —dijo Victoria.
Los dos miraban la luna otro día cuando estaba llena y brillante. De vez
en cuando Juan observaba a Victoria bajo esa luz recordando la primera vez que
le vio bajo la noche. Por primera vez desde que la conoció, Victoria no tenía
nada que decir. Ambos estaban pensando en qué sería de sus vidas con la
distancia entre ellos. Solo le dio un fuerte abrazo y se marchó. Antes de alejarse, Juan le gritó que le escribiría y ella prometió leerle.
Me encantó!!
ResponderBorrarAveces se necesita ver a las personas bajo una luz diferente.
Sabias palabras toda persona posee hermosos matices solo se necesitan los ojos correctos.
Gracias
Muchas gracias por leerme. Espero poder transcribir los sentimientos de Juan en próximas publicaciones.
BorrarMe alegra saber que habrá mas de Juan, la verdad es una buena historia, siento que la forma en la que se narra su "amistad"con la luna le da un toque fantasioso pero en si es muy fácil sentir a los personajes realistas, hasta yo apoyo el sueño del protagonista y concuerdo con el consejo de Victoria.
ResponderBorrarEsa Luna es una maravilla. Gracias por estar al pendiente de la historia y pronto habrá más de esta historia.
Borrar"La vida de persona mayor no le llenaba como alguna vez su niño interior le prometió". Esta frase me gustó. Uno va creciendo y nuestro niño interior no sabe que en algún punto, el proceso de crecer costará y dolerá...
ResponderBorrarMuy buena narración. Me sigo sintiendo identificada con Juanito, porque creo que muy en el fondo, Juan, sigue siendo Juanito.
Es muy cierto, a veces la vida es diferente a lo que planeamos a veces es mucho mejor, otras tantas es diferente. Gracias por leerme.
BorrarPara cuando la tercera parte������? @stories_a_lifes
ResponderBorrarNecesitaba procesar la historia. Tengo planeado que la tercera parte lleve por título: Ignición.
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