Para entender las letras [y las personas]

 Hay frases que nos gustan por cómo suenan las letras al pronunciarlas. El pequeño baile que hacen entre ellas nos llena únicos y saboreamos lo dulce de la melodía que se oye al entrelazar las palabras.

Sabemos con certeza que cuando las letras se juntan forman una palabra, que cuando las palabras bailan entre sí, crean una frase y varias frases hacen, a menudo, algo digno de leerse en voz baja o de gritarse desde las azoteas. Pero el tiempo, ¡oh el tiempo hace maravillas en las letras!

Cuando uno vuelve a esas frases que tiene anotadas por allí en la mente (o en una libreta), se realiza la certeza de verlas allí moviendo y se sabe que no están bailando, sino que se están retorciendo. No alegran los renglones ni los versos, sino sufren y desangran las líneas que van llenando. 

Y uno entonces descubre al autor, sabe que no siempre el movimiento es por energía optimista sino más bien por espasmos de dolor en sus dedos que le hicieron escribir. 

Eso mismo de las frases pasa con las gentes.