No soy de provincia.

Vine a enterarme que soy de provincia al llegar a la ciudad. Salí de casa un día miércoles por la tarde y me despedí disfrazando de entusiasmo la nostalgia. Quizá una parte de mí en verdad estaba entusiasmada, es decir, era un cambio después de todo.

Subí al vuelo y hablé con el vecino de viaje y le conté un poco de mi y de lo que esperaba encontrar, algunas cosas que quería descubrir. El hombre, que era un viejo, me alabó por mi ímpetu y mi gallardía. Bajé del avión como si fuera el dueño y subí al coche que me llevaría a mi residencia confiado en que esto sería más fácil que desafiante. ¡Oh la confianza ilusa de la juventud!

Pasarían unos días, un pesado malestar estomacal y un robo para romper esa burbuja. Me encontraba tirado en un colchón, con media vida vaciada en el retrete y media por echar en vómito cuando me di cuenta que quizá sería un poco más difícil de lo que me había imaginado. En fin, la diarrea no es eterna (gracias a dios) y la vida sigue. Así que el optimismo no estaba del todo muerto.

En el horario del almuerzo, estaba con un mixto grupo de hombres compartiendo la mesa.

—¿Y tú eres de provincia? —preguntó uno de ellos.

—No señor, soy de Los Mochis —respondí muy seguro.

Estallaron en risa todos los de la mesa y nunca entendí la gracia que eso les causaba. Luego me explicaron que había llegado a "la ciudad", que de dónde venía era "la provincia". Y dije ¡mira, mira! 20 años de mi vida viviendo en no sé dónde y me vengo a enterar que es conocida.

Sobre el uso del término y el cómo no encaja en un país con entidades federativas ni hablamos. Pero debo confesar, que la descripción del provinciano fue encajando conmigo a la medida.

Empecé a notar diferencias de inmediato. Por la calle yo iba saludando a quien me encontraba y todos me miraban como si justo hubieran olido basura podrida o algo. En el transporte subterráneo todos iban como si hubiesen recibido una mala noticia apenas hace segundos, otros más llevaban la intención de maldecirte. Con unos segundos expuesto a eso tu imitabas su rostro sin consciencia.

Algo estaba claro: esto no era provincia. Ahora, no estoy aceptando que vengo de allá, pero si en ese lugar es donde se saluda, hay buen humor, no necesitas probarte más amargado que el otro por temor a que vayan a descubrir que vienes disfrutando la vida y eso te lleve a ser robado; si en aquel mítico lugar es donde sucede todo eso, entonces sí lo tenía claro, ya no estaba en provincia.

Uno empieza contando los días y se te van los años. He tenido que dejar en el camino algunas cosas. Como por ejemplo, he dejado un impulso estúpido sin miedo a consecuencias que utilicé menos de lo que debería. También renuncié a un par de sueños, no sé si eran los importantes o eran los menos probables, pero se han quedado olvidados o han mutado a otros nuevos tan diferentes, apenas unidos con una pequeña hebra al sueño anterior, para sentir que sigue siendo el mismo. Al final no se trata de las hebras que hacen el sueño, sino de las veces en que puedes tensar ese hilito desde este plan hasta el primero y ves cómo te ha ido, porque llegan puntos en los que te detienes y ves hacia atrás y resulta que hay un trayecto enorme entre esta versión y la otra, pero es lindo corroborar que siempre está unido al principio.

Como buen provinciano me he creído mil cuentos. Como cuando me dijeron que la refacción de mi celular la tenían en otro puesto del mercado pero necesitaban llevar mi dispositivo para compararlo y esa fue la última vez que vi mi móvil. También el cuento de que si no pagaba me iban a llevar a la prisión. O aquel dañino dicho que si uno va con buenas intenciones, la gente responde igual. He aprendido que hay que esperar lo mejor de la gente, pero estar preparado para lo peor. Y he entendido por qué, quienes salen de esta urbe se les percibe como agresivos o a la defensiva, la ciudad te drena la inocencia.

Me he peleado porque no me creen que las quesadillas llevan queso y también porque dicen que no entienden cómo hablo. Me han insultado por decir que no traigo feria o que necesito que me fereen un billete. Cuando le digo a alguien sobre 'los plebes' solo recibo una mirada extrañada de vuelta. Lo normal es lo raro. En mi afán de querer seguir siendo normal, me he hecho un extraño a esta normalitaria sociedad.

Antes de venir me dijo un viejo que algo de lo que me traía en mi maleta valía la pena y me definía como ser humano y que eso, fuera lo que fuera, no debía perderlo. Creo que por eso me he aferrado a mis viejas usanzas y me rehúso a aceptar en voz alta si quiera ser de provincia, porque siento que al hacerlo, algo de eso que vale la pena, se perdería.

Comentarios

  1. De verdad que me hizo sonreir al leer algunas líneas .
    Pero ala vez este escrito refleja madurez ver como alguien que toma buenas decisiones puede hablar desde el punto de partida hasta donde se está ahora y en esencia aunque algunas cosas cambian.uno nunca olvida sus raices ni de donde viene.
    Gracias por compartir

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    1. ¡Y GRACIAS POR LEERME! Aprecio mucho tu mensaje. Este texto es algo personal. Saludos.

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  2. Leí esto con una sonrisa nostálgica, la primera vez que fui a la capital me dijeron que me veía demasiado inocente, imagínate, me pribieron salir sin que alguien local me acompañará, tu relato describe muy bien cómo es sentir que tú burbuja se rompe para hacerte ver que el mundo es más grande y oscuro de lo que suponias

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    1. No pude escribirlo mejor. La "ciudad" te enseña que el mundo sí puede ser más feo, pero a su vez encuentras un mundo más grande por explorar, que también es bello. Saludos y gracias por leerme.

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  3. Que agradable leer y saber esto... ¡Un saludo hasta Los Mochis! (o donde sea que usted se encuentre).

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    1. Saludos de vuelta, por ahora sigo en la "ciudad". Gracias por leerme.

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