Sobre tomarse de la mano.
En las intrincadas sendas del sentir, aquellos sentimientos que trascienden las limitaciones de las palabras y las efímeras creaciones conceptuales, nos hallamos con un dilema humano: la dificultad de transmitir nuestras emociones plenas mediante meras sílabas. Es un enigma inherente a nuestra condición el que, ante el deseo de comunicar lo que nos embarga, nos encontremos con la inevitable carestía léxica. El amor, por ejemplo, esa noción de intensidad inalcanzable para la palabra, se muestra imperturbable ante adjetivos de profundidad y adverbios fútiles; inefable por naturaleza.
No obstante, en ese vasto territorio de lo inexpresable, un gesto prosaico y simple se yergue como una epifanía divina: el acto de tomar la mano del otro. En el contacto de las palmas, en ese efímero pero trascendental encuentro, la existencia ajena se hace presente y compartida, creando un caleidoscopio mágico y celestial. El frío y el calor ceden su primacía a este toque que inicia la nivelación de sensaciones, un equilibrio sutil tejido por manos entrelazadas que yuxtaponen pesares y júbilos en una danza armoniosa.
Mas, ¿cómo acercarnos a ese abismo de otro ser, para enlazar nuestras manos en una danza silente de significados? En esta interrogante, la respuesta no se viste de rigidez; importa más la búsqueda de comodidad. Cuando el interlocutor revela su corazón agachando la mirada, es entonces que un gesto de comprensión se hace patente: acercar la mano, posarla sobre el dorso de la suya, transmitiendo sin palabras "estoy aquí". En la simiente de un conocimiento más profundo, la toma de manos es menos un acto de querer, y más un ineludible anhelo de necesidad mutua.
Los dedos, como notas en una partitura, entrelazados danzan al compás de una existencia compartida. Un roce, apenas un susurro táctil, comunica que somos seres plenos, y que en esa unión reside la voluntad de compartir nuestras vidas. A través de cada roce, en cada apretón, se tejela la promesa de avanzar juntos, de nivelar las existencias en armoniosa conjunción.
Y así, entre los pliegues del sentimiento humano, se erige un gesto que trasciende el amor y se sumerge en lo profundo: el entrelazar de manos. Pero cuidado, como en toda danza, el despliegue debe ser con intención, sin atisbos de soltura que hieran. Que el apretón, aun en la eventual separación física, conserve el calor y la fuerza que susurre: "en el corazón, jamás soltarás".
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