Avistamientos del Hombre de Tinta: Bitácora #2

Se escucha una canción a través de una pared. Es interesante que ni siquiera he tenido que seleccionar la música melancólica y, aún más, que el efecto sordina que le da el concreto haga aún más dramática la escena.

Y entonces entra un hombre alto, corpulento, de traje y corbata, y toma una silla de mi comedor y se sienta. Saca un cigarrillo y lo enciende. Le advierto que no fumamos en casa, pero ignora por completo el comentario. Chasquea un poco el costado de su boca mientras, en el otro lado, sostiene el cigarrillo que enciende con un cerillo. Le repito que aquí no se fuma.

El hombre me echa el humo en el rostro.
"¿Y qué vas a hacer al respecto?" me pregunta.
Nada. No haré nada.

Sacude el cigarro y deja caer la ceniza sobre mis zapatos.
"Tú vives aquí, ¿no? ¿Dónde están tus cosas, tus trofeos, tus tesoros?".

Echo un vistazo alrededor y veo un cuarto azul pálido que no se ha decolorado porque nunca ha visto el sol. El hombre sopla el humo de su cigarro sobre mí una segunda vez. Se pone de pie y analiza con detalle las decoraciones, esboza una sonrisa y mete la mano al bolsillo del pantalón. Desliza algunas cosas sobre la mesa. Su mano escurre espesa tinta negra.
"¿Qué es eso?" pregunto.
"Son mis trofeos", me dice.

Me pongo de pie con torpeza y me acerco a la mesa. Veo lo que parecen ser unos dientes aún ensangrentados, un pulgar y un ojo.
"¿Por qué?" pregunto.

Me echa el humo una vez más y se inclina hacia mi oído.
"¿Qué vas a hacer al respecto?" me pregunta.

Sonrío, revelando una abertura en mi sonrisa que extraña un par de dientes. Llevo la mano derecha a mi rostro y siento la tinta oscura resbalar sobre mi mejilla, saliendo de la cuenca de mi ojo. Me obliga a tomar asiento y él se sienta frente a mí. Toma las cosas y las pone en la palma izquierda.
"Hoy vengo por tu pierna", dice mientras se incorpora y revela un bisturí.
"¿Y si digo que no?".
"¿Crees que obedezco a tus palabras? ¡DETÉNME!".

Voy a mi oficina y el hombre va pisoteando tras de mí, sin tener tanta prisa por atraparme porque sabe que no puedo correr tanto. En la oficina me dirijo al escritorio y tomo una pluma estilográfica. Al tomarla, derribo un botecito de tinta sobre el papel y mis dedos se manchan. Debajo del escritorio hay una pequeña puerta hacia un ático que intento abrir con la pluma, pero se me cae. Escucho que el hombre grita y puedo sentir sus pasos viniendo hacia mí.

Entonces el ático se abre y sale un hombre cubierto de un líquido negro, parecido al del botecito que derramé, pero más espeso. Me ve y dice:
"¿Ahora me crees?".

Volteamos hacia la puerta, pero ya se ha ido.
"Te dije que vendría por ti, pero no quisiste escuchar. Decías que mis métodos eran dudosos. Mírate, pudo haber sido mucho peor. Lávate, tienes tinta en todo el ojo, tinta en la boca y la mano te escurre".

Voy al baño para lavarme y, cuando quito la tinta de todos lados, puedo ver que no debí haber invitado al hombre de tinta a pasar a casa. Ahora ya no sangro como la gente, pero creo que es lógico después de todo: mi corazón tampoco bombea sangre como la gente.

Detrás, el de tinta dice:
"Date prisa, que hay trabajo que hacer".

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