De la canasta de los cuentos olvidados: Ferrum, la ciudad de hierro.










Dicen que una ciudad no puede ser construida solo de hierro, dicen que se ocupa más que un buen corazón bienintencionado para lograr levantar un pueblo de la tierra, dicen que es imposible construir una fortaleza de virtudes con temple. Pero se dicen tantas cosas...

Habría pasado más de una década cuando el muchacho entendería la historia del suelo, sí, el mismo suelo que había pisado toda su vida. Su padre le regalaba la armadura para la guerra, el caminaba distante, sus pasos dejaban huella por el camino de residuos de hierro con tierra. Por un instante en su mente divagaban los recuerdos, las historias y peripecias de su fugaz y ordinaria vida.

Rumores sobre el origen de Ferrum, recorrían la aldea de boca en boca. El suelo brillaba siempre debido a los rayos del sol reflejándose en los pequeños pedazos de hierro en la tierra. Todos sus habitantes trabajaban ese material. Herreros con el corazón fundido en hierro, toda su vida habían estado cerca del metal. Herramientas, fragua y el sonido del hierro golpeado por los martillos adornaban el ambiente de la aldea. “Ha sido un tirano que ha huido del rey a forjarse esta ciudad” decían los hombres en su tiempo de ocio. “Fue hecha por Dios para los herreros” decían los devotos. “Sea como sea es una bendición” dijo el viejo y guardaron silencio. No estaba concreto como habían llegado ahí, pero Ferrum los había acogido en sus entrañas.


No era la ciudad perfecta, es decir, toda era de hierro con unos cuantos adornos aquí y allá de telas y cueros cocidos a armazones de hierro. Era conocida por albergar a los mejores en el oficio, por lo que no era para nada extraño ver llegar a guerreros y representantes de reyes para fabricar sus armas. Una vez, se dice, un rey mismo vino en persona a fabricar su propia espada, era tan especial que solo podía ser usada por él para que no perdiera su poder. Se forjó con el mejor hierro que habían obtenido hasta ahora...

El tiempo en el servicio en la casa del rey había expirado, el viejo Minero encontró una mujer con la que el pudo congeniar. Anduvieron de nómadas por los pueblos y las pequeñas aldeas, incluso se quedaron en una gran ciudad una vez pero al final de su travesía llegaron a Ferrum. Minero había aprendido el oficio cuando él era apenas un crío, su padre le enseñó como forjar, martillar y constituir el hierro. Todo lo que su padre le había enseñado sobre el hierro no le serviría en Ferrum. Al llegar, pronto cayó en la cuenta de que en ese lugar el hierro se forjaba diferente, lo aprendió y se esforzó por sacar adelante su pequeña familia, al principio no trabajaba de lleno en el oficio del metal. Buscaba trabajar en el mercado de la aldea, en el campo y demás pero a pesar de sus esfuerzos el hierro se iba convirtiendo en material para su trabajo. Entonces llegó un viajante que vivía del comercio al pueblo y se dirigió a Minero, los demás herreros no se mostraron indignados ni competitivos al respecto porqué todos tenían oportunidad con el hierro en Ferrum.

Quería una estructura de metal de la cual el traía el diseño fabricado, plasmado en tela con tinta. Entonces Minero confiando en sus previos conocimientos de metal y en lo que había visto en la aldea aceptó el trabajo. En ese tiempo el pequeño hijo de Minero tendría unos tres años. El pequeño corría de aquí para allá. De súbito se quedo inmóvil, atónito con los ojos abiertos como si fuesen lentillas viendo fijamente lo que su papá hacía en el centro de la aldea. Su padre entro en la tienda de la fragua. El niño se acercó a un lado de los cueros que formaban el cuarto. Por un pequeño espacio miraba a su padre tomando de sí algo y echándolo a la fragua. Entonces el pequeño se acercó y le preguntó a su papá que estaba haciendo. Minero le respondió que era la manera en que el obtenía el hierro. Todos tenían una manera distinta de obtenerlo, algunos lo compraban, otros lo robaban, otros lo mezclaban con elementos comunes y ¡BAM! Hierro, otros lo heredaban, pero había un pequeño grupo de herreros que lo creaban a partir de sí mismos, todos los ancestros de la familia lo hacían igual. Entonces Minero sacó un poco de su corazón desde su pecho, una pizca de su experiencia en la vida de su cabeza, otro tanto más el sudor para trabajar el hierro, pero lo más importante era el motivo por el que lo hacía, pero ese no se ponía en la mezcolanza, no, ese se añadía mediante el proceso de trabajar el hierro. Entonces el pequeño se presionaba con fuerza contra la pierna de su padre y vio el hierro como líquido salir del fuego, su padre lo tomó con ayuda de una cacerola, unas pinzas y lo llevó al taller. Lo trabajó e hizo uno de los mejores armazones que pudieran haber salido de la aldea de los herreros. El hombre que recogió el armazón lo elogió por el trabajo y juró recomendarlo con sus conocidos.

Su hijo lo miraba con admiración siempre que hacía el hierro en el centro de la aldea, cómo lo trabajaba en su taller que se encontraba al frente de su hogar, cómo sobresalía de los demás y siempre se preguntó cuál era ese motivo por el qué los trabajos finales de su padre maravillaban a todos del mismo modo que las grandes montañas rebasan las mesetas. El hijo siempre buscaba ayudarlo en lo que viera oportuno, si se trataba de pasarle las pinzas para tomar el hierro ardiente ó si era cuestión de presionar un poco el hierro para soldarlo en el fuego.

El hijo de Minero creció y se le hacía común el hierro, los martillazos, la forma de obtener el hierro, los negocios y la competencia que ahora reinaba en la aldea. Su padre ya estaba avanzado en años al igual que su madre y su hijo cambiaba de forma de pensar casi tan rápido como su padre cambiaba de clientela. Su padre había estado a través de diferentes situaciones que exigían un buen carácter para responder, poco a poco esto afectó la forma en que el hierro salía y a diferencia de los demás colegas, el hierro de Minero se refinaba con los años así como su experiencia en vida, pero eso no era el motivo principal por el que su hierro y su trabajo se mejoraban con el tiempo mientras que el de los demás herreros menguaba.

Entonces su hijo estaba a punto de irse a servir, se iría a presentarse al rey y ponerse a su disposición, ya sea que lo enviasen como mensajero o al servicio en el castillo real. Vio a su padre sacando hierro de la fragua central. El viejo Minero estaba allí empeñándose en poner su experiencia, vivencias, un poco de corazón y el sudor para sacar un buen pedazo de hierro. Grande y muy refinado era el hierro, su hijo lo miraba a la distancia, Minero se las granjeó para llevar el pesado metal desde la fragua hasta su taller. Comenzó a trabajar el metal con mucho esfuerzo debido a los años y en sus ratos de descanso se notaba nervioso e inseguro, pero seguía trabajando.

Ferrum se había convertido en una ciudad hecha totalmente de hierro, el reino estaba en mucha tensión. Pronto se vendría una guerra, el estallido e inicio eran inminentes. Todos trabajaban ocupados en sus asuntos pero a la vez estaban pendientes de la guerra. Los herreros fabricaban armas, espadas, flechas de hierro, lanzas y armas complejas de hierro para ellos y para sus clientes, para sus hijos también fabricaban armas de hierro.

Minero seguía trabajando en el metal que había sacado de la fragua, lo había partido en dos trozos. Uno grande y otro de menor tamaño. Entonces el de menor tamaño tenía forma de un gran disco de metal que Minero pulía todas las tardes antes de que la luna sonriera a Ferrum. Su hijo observaba a su padre y su dedicación al hierro, en especial a ese pedazo de metal. Un día fue cuando Minero guardó el taller, lo cubrió con una manta para que no se pudiera observar el resultado de su trabajo.

Unos días antes que el muchacho se fuera a buscar su propósito, su objetivo si fuese servir al rey en el castillo o como mensajero a las naciones, el viejo Minero salió del taller y le dio un escudo. Para que te proteja en la guerra. En el taller está una armadura para que te proteja también en la batalla.

El joven recordó esto cuando se alejaba de Ferrum dejando atrás su hogar y el hierro. Caminaba con la armadura puesta y el escudo en su mano izquierda. Sus pasos perdieron velocidad, se detuvo con totalidad y regresó. Tenía dos preguntas para su padre que debía hacerle. Iba listo para la batalla pero el éxito era tan simple como la respuesta a las interrogantes que resonaban en su mente. ¿Por qué no le había dado un arma? ¿Por qué un escudo?

Su padre le respondió que el motivo por el cual el hierro mejoraba con el hierro era por que el motivo se intensificaba también con el tiempo. No le dio un arma porqué el joven obtendría su arma el mismo, el rey se la brindaría. Si necesitaría el escudo, sería imprescindible. Los ejércitos enemigos lo atacarán cuando menos lo espere. El escudo lo había hecho con la misma mezcla que la armadura y con el mismo propósito. Lo hizo con su experiencia y su corazón para su hijo, el único, para protegerlo en la guerra, sí, en la batalla que se avecinaba.

Entonces el joven dejó Ferrum tranquilo, confiando en la armadura que su padre le había heredado, viajo hacia el castillo y se presentó al servicio de su majestad.

El joven será asignado a un campo de la guerra, cumplirá con su deber y volverá al lugar dónde salió, dónde emergió el hierro de su armadura, donde la magia solo existe para sobrellevar la vida, dónde todo es una analogía de la vida real, sí, dónde todos se enfrentan al hierro: Ferrum.

Comentarios

  1. Hasta llegué a percibir el aroma del hierro de solo imaginarme esa ciudad

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