Miscelánea Underwood
Entró a esa tienda con la esperanza de poder usar un teléfono, un directorio o una grúa. La puerta de la entrada rechinó con fuerza. La luz del sol entró conforme se abría la puerta e iluminó las paredes que alguna vez fueron blancas. Un par de repisas escuetas con telarañas aquí y allá. Un escritorio de madera agrietada y pintado de beige con un letrero al estilo de inicios del siglo pasado donde se podía leer "Miscelánea Underwood". Cada paso que el hombre daba, la suela de cuero de sus zapatos resonaba con la madera del establecimiento. Pudo ver entonces al hombre detrás del escritorio.
Era un hombre de setenta años a lo mucho. Llevaba un chaleco, camisa blanca y un moño negro. Dio un par de pasos y logró ver el reloj de correa que salía del bolsillo de su chaleco hasta el botón del mismo. El hombre tenía el pelo cano y rizado, barba abundante y un bigote de concurso. Estaba sentado en un banco con respaldo pequeño, eso era impresionante teniendo en cuenta que el hombre estaba profundamente dormido cuando llegó el cliente. La cabeza colgando un poco hacia el frente y unos ronquidos que ahuyentaban más que la misma tienda. El cliente se paró frente al escritorio, con su traje costoso se incorporó y carraspeó.
—Buenas tardes.
—…
—¡Buenas tardes!
—…
—¡Disculpe!
—¡Bienvenido a Miscelánea Underwood! —Dijo de un sobresalto— Dígame en qué le podemos servir caballero.
—Quisiera utilizar un teléfono.
—No es posible —dijo sonriendo el viejo—.
—Un directorio entonces.
—No es posible —con la sonrisa serena.
—Verá, el automóvil ha quedado varado a unos cien metros de aquí, mi esposa está esperando y vamos a un evento de gala a la ciudad, entonces ¿Sabe cómo contactar a una grúa?
—No es posible —repitió el viejo sonriente.
—Ya veo —dijo el caballero sonriendo también. Echó un vistazo a la tienda y entrecerraba los ojos con una sonrisa irónica—. ¿Qué es posible entonces?
—¿Con cuánto dinero cuenta?
—Claro.
—…
—Llevo tan solo esto —sacó su billetera y tomó unos billetes en la mano, los cuales le fueron arrebatados por el viejo—. ¡Oiga!
—Eso basta.
El viejo sacó una pequeña maleta de viaje que se miraba más antigua que el mismo señor que la llevaba. Era una maleta del tamaño de una jaula para animales pequeños, con bordes en metal y cubierta de piel, muy elegante.
—¿Ahí tiene el teléfono?
—…
—¿Es una broma?
—Esto vale todo lo que usted tiene.
—¡¿Qué es?! —dijo gruñendo.
—Es suya.
Ponderó las circunstancias y no, no valía la pena perder la decencia por un viejo estafador. Así que quiso abrir la maleta. El viejo puso ambas manos sobre la maleta antes de que el hombre quitara el segundo seguro. Le ordenó que no la abriera hasta después. El hombre le insultó, tomó la maleta y caminó a la salida.
—Le esperamos pronto en Miscelánea Underwood —dijo el viejo desde detrás del escritorio.
El caballero volvió a su coche cargando con eso. Maldiciendo su suerte, refunfuñando y aun así sin perder el estilo. Llegó sudando por el esfuerzo de cargar y encontró que un camionero se había detenido a ayudar a su esposa y había arrancado el coche. Puso la maleta en la cajuela, agradeció al hombre y se marcharon.
Su esposa le quiso preguntar sobre la maleta pero el cambió el tema. El enojo que sentía lo dirigió hacia ella y tuvieron una gran pelea. Llegaron al evento y volvieron sin dirigirse una palabra. De esa misma manera se fueron a dormir, distantes.
Al siguiente día antes de irse a trabajar, el hombre recordó la maleta en la cajuela. Fue por ella y la llevó a su estudio. La puso sobre su escritorio y abrió la maleta. Encontró una máquina de escribir Underwood. Le encontró gracia. la vio con detenimiento y vio que a pesar de todo, la máquina funcionaba. En algún tiempo él quiso ser escritor, pero como tantos otros, lo abandonó por una vida normal.
Estela y él.
Solía escribirle poemas a quien ahora estaba enojada con él. Eran otros tiempos y sus padres le regalaron una máquina de escribir muy parecida a la que tenía frente a sí. Estaba en la preparatoria y le volvía loco una compañera: Estela Islas. Y le parecía tan apropiado el nombre que le escribió unos versos.
Estela
Tal como las estrellas son celestiales,
tú te vuelves divina si te miro,
tengo una epifanía si te logro tocar.
Moriría tranquilo si te lograra besar.
Pensaba entregárselos después de clase y así lo hizo. La vio durante clases y le dijo que quería verle detrás de los salones al terminar las clases. Y cuando él llegó ella ya lo esperaba con ansias. Se acercó vacilante y le entregó la hoja. Ella lo leyó. Sonrió como una tonta enamorada y le dio un beso. Después de eso el escribía todas las noches para ella. Los poemas, textos, escritos, narraciones y crónicas se volvían más apasionados conforme se iban viendo, conociendo, soportando y queriendo.
Se veían diario detrás de las aulas. Él le daba una hoja con su corazón en la mano y ella le pagaba con un beso. Una vez el intentó darle dos textos el mismo día y ella solo le dio un beso. Él entendió la cuota entonces, un beso diario, sin importar los textos. Y para él eso era más que suficiente. El escribía lo que sentía con poco adorno y un tanto atropellados. A ella le parecían directos de Neruda o Benedetti. Los guardaba en un baúl que abría cada que le extrañaba por las tardes, bebiendo un café y antes de leer una novela o estudiar un poco. Adoraba uno de ellos:
Desvelado con la luna.
He estado bebiendo por las noches con los astros. Después de unos tragos les digo que no tienen oportunidad de ganar su lucha. Hoy el sol brillaría con fuerza tratando de imponerse sobre tu belleza.
Le cuenta la luna que contendió por la noche, prefirió la tregua. Porque sin precedentes ha llegado una muchachita, que vencería sin problemas a cualquier titán que le encarara, con una sonrisa. Y aquí estoy yo tratando de ser duro como el hierro, pero sé que si pudiese olerte, tocarte o divisarte en la distancia... me derretiría. Increíble pudiera parecer el que no supiera de tu existencia y ahora me aterra la idea del olvido. Tratar de disimular esto sería tan difícil como contender con el sol, con el simple brillo de tu sonrisa caería sin esperanza...
El sol se despide y, Con cada trago, la luna y las estrellas empiezan a hablar más...
Cuentan de cuando el más sabio dijo que era incomprensible lo que un muchacho hace por una doncella y... míralos ahora. Observa el cielo, el sol está inseguro, la luna brilla intrigada y las estrellas titilan perplejas porque un servidor sin previo aviso, lo entendió. Le he encontrado tanto sentido que resulta siniestro. Ahora el color del cielo es más vívido e invita a una fiesta con los astros porque hemos decidido que la única e inmejorable catarsis encontrada es perder la cordura por tu respirar.
Y aquí sigo tomando un trago con la luna. Estamos charlando sobre ti. Le digo que es una burla de la vida que cuando rondas por mi mente en el transcurso del día me convierto en fuerza, me sobra la energía y me invento mil poemas, pero la ironía viene cuando se va el sol. Cuando brilla mi compañera de vino y su luz baña esta tierra, ahí me encuentras de una pieza, tartamudo y con los nervios de un infante frente a lo que él cree es el amor de su vida. ¡Qué ironía! Tiene lógica porque un pequeñuelo corre tras confesar su amor. La luna me recuerda que ya no soy un niño, debo quedarme un poco más... porque al retirarse me lamentaré de lo efímero de nuestro encuentro.
Hablo de ti y de que anhelo que empecemos a necesitarnos y ser nuestros. Me resulta tan sencillo que he dominado la conversación pero a ella no le importa porque cuando hablo contigo lo hago con tanta elocuencia que pudiera abochornar al mejor orador. A pesar de estar fascinada, la luna empieza a despedirse y yo le ruego que guarde mi secreto.
Y entonces la gente pasa a mí alrededor. Me miran con extrañeza. Un joven riendo solo viendo al cielo. Embriagado. Arrojo una carcajada más, porque es escalofriante que para mí tenga perfecto sentido.
Un día le dio el texto siguiente:
Era un hombre de setenta años a lo mucho. Llevaba un chaleco, camisa blanca y un moño negro. Dio un par de pasos y logró ver el reloj de correa que salía del bolsillo de su chaleco hasta el botón del mismo. El hombre tenía el pelo cano y rizado, barba abundante y un bigote de concurso. Estaba sentado en un banco con respaldo pequeño, eso era impresionante teniendo en cuenta que el hombre estaba profundamente dormido cuando llegó el cliente. La cabeza colgando un poco hacia el frente y unos ronquidos que ahuyentaban más que la misma tienda. El cliente se paró frente al escritorio, con su traje costoso se incorporó y carraspeó.
—Buenas tardes.
—…
—¡Buenas tardes!
—…
—¡Disculpe!
—¡Bienvenido a Miscelánea Underwood! —Dijo de un sobresalto— Dígame en qué le podemos servir caballero.
—Quisiera utilizar un teléfono.
—No es posible —dijo sonriendo el viejo—.
—Un directorio entonces.
—No es posible —con la sonrisa serena.
—Verá, el automóvil ha quedado varado a unos cien metros de aquí, mi esposa está esperando y vamos a un evento de gala a la ciudad, entonces ¿Sabe cómo contactar a una grúa?
—No es posible —repitió el viejo sonriente.
—Ya veo —dijo el caballero sonriendo también. Echó un vistazo a la tienda y entrecerraba los ojos con una sonrisa irónica—. ¿Qué es posible entonces?
—¿Con cuánto dinero cuenta?
—Claro.
—…
—Llevo tan solo esto —sacó su billetera y tomó unos billetes en la mano, los cuales le fueron arrebatados por el viejo—. ¡Oiga!
—Eso basta.
El viejo sacó una pequeña maleta de viaje que se miraba más antigua que el mismo señor que la llevaba. Era una maleta del tamaño de una jaula para animales pequeños, con bordes en metal y cubierta de piel, muy elegante.
—¿Ahí tiene el teléfono?
—…
—¿Es una broma?
—Esto vale todo lo que usted tiene.
—¡¿Qué es?! —dijo gruñendo.
—Es suya.
Ponderó las circunstancias y no, no valía la pena perder la decencia por un viejo estafador. Así que quiso abrir la maleta. El viejo puso ambas manos sobre la maleta antes de que el hombre quitara el segundo seguro. Le ordenó que no la abriera hasta después. El hombre le insultó, tomó la maleta y caminó a la salida.
—Le esperamos pronto en Miscelánea Underwood —dijo el viejo desde detrás del escritorio.
El caballero volvió a su coche cargando con eso. Maldiciendo su suerte, refunfuñando y aun así sin perder el estilo. Llegó sudando por el esfuerzo de cargar y encontró que un camionero se había detenido a ayudar a su esposa y había arrancado el coche. Puso la maleta en la cajuela, agradeció al hombre y se marcharon.
Su esposa le quiso preguntar sobre la maleta pero el cambió el tema. El enojo que sentía lo dirigió hacia ella y tuvieron una gran pelea. Llegaron al evento y volvieron sin dirigirse una palabra. De esa misma manera se fueron a dormir, distantes.
Al siguiente día antes de irse a trabajar, el hombre recordó la maleta en la cajuela. Fue por ella y la llevó a su estudio. La puso sobre su escritorio y abrió la maleta. Encontró una máquina de escribir Underwood. Le encontró gracia. la vio con detenimiento y vio que a pesar de todo, la máquina funcionaba. En algún tiempo él quiso ser escritor, pero como tantos otros, lo abandonó por una vida normal.
Estela y él.
Solía escribirle poemas a quien ahora estaba enojada con él. Eran otros tiempos y sus padres le regalaron una máquina de escribir muy parecida a la que tenía frente a sí. Estaba en la preparatoria y le volvía loco una compañera: Estela Islas. Y le parecía tan apropiado el nombre que le escribió unos versos.
Estela
Tal como las estrellas son celestiales,
tú te vuelves divina si te miro,
tengo una epifanía si te logro tocar.
Moriría tranquilo si te lograra besar.
Pensaba entregárselos después de clase y así lo hizo. La vio durante clases y le dijo que quería verle detrás de los salones al terminar las clases. Y cuando él llegó ella ya lo esperaba con ansias. Se acercó vacilante y le entregó la hoja. Ella lo leyó. Sonrió como una tonta enamorada y le dio un beso. Después de eso el escribía todas las noches para ella. Los poemas, textos, escritos, narraciones y crónicas se volvían más apasionados conforme se iban viendo, conociendo, soportando y queriendo.
Se veían diario detrás de las aulas. Él le daba una hoja con su corazón en la mano y ella le pagaba con un beso. Una vez el intentó darle dos textos el mismo día y ella solo le dio un beso. Él entendió la cuota entonces, un beso diario, sin importar los textos. Y para él eso era más que suficiente. El escribía lo que sentía con poco adorno y un tanto atropellados. A ella le parecían directos de Neruda o Benedetti. Los guardaba en un baúl que abría cada que le extrañaba por las tardes, bebiendo un café y antes de leer una novela o estudiar un poco. Adoraba uno de ellos:
Desvelado con la luna.
He estado bebiendo por las noches con los astros. Después de unos tragos les digo que no tienen oportunidad de ganar su lucha. Hoy el sol brillaría con fuerza tratando de imponerse sobre tu belleza.
Le cuenta la luna que contendió por la noche, prefirió la tregua. Porque sin precedentes ha llegado una muchachita, que vencería sin problemas a cualquier titán que le encarara, con una sonrisa. Y aquí estoy yo tratando de ser duro como el hierro, pero sé que si pudiese olerte, tocarte o divisarte en la distancia... me derretiría. Increíble pudiera parecer el que no supiera de tu existencia y ahora me aterra la idea del olvido. Tratar de disimular esto sería tan difícil como contender con el sol, con el simple brillo de tu sonrisa caería sin esperanza...
El sol se despide y, Con cada trago, la luna y las estrellas empiezan a hablar más...
Cuentan de cuando el más sabio dijo que era incomprensible lo que un muchacho hace por una doncella y... míralos ahora. Observa el cielo, el sol está inseguro, la luna brilla intrigada y las estrellas titilan perplejas porque un servidor sin previo aviso, lo entendió. Le he encontrado tanto sentido que resulta siniestro. Ahora el color del cielo es más vívido e invita a una fiesta con los astros porque hemos decidido que la única e inmejorable catarsis encontrada es perder la cordura por tu respirar.
Y aquí sigo tomando un trago con la luna. Estamos charlando sobre ti. Le digo que es una burla de la vida que cuando rondas por mi mente en el transcurso del día me convierto en fuerza, me sobra la energía y me invento mil poemas, pero la ironía viene cuando se va el sol. Cuando brilla mi compañera de vino y su luz baña esta tierra, ahí me encuentras de una pieza, tartamudo y con los nervios de un infante frente a lo que él cree es el amor de su vida. ¡Qué ironía! Tiene lógica porque un pequeñuelo corre tras confesar su amor. La luna me recuerda que ya no soy un niño, debo quedarme un poco más... porque al retirarse me lamentaré de lo efímero de nuestro encuentro.
Hablo de ti y de que anhelo que empecemos a necesitarnos y ser nuestros. Me resulta tan sencillo que he dominado la conversación pero a ella no le importa porque cuando hablo contigo lo hago con tanta elocuencia que pudiera abochornar al mejor orador. A pesar de estar fascinada, la luna empieza a despedirse y yo le ruego que guarde mi secreto.
Y entonces la gente pasa a mí alrededor. Me miran con extrañeza. Un joven riendo solo viendo al cielo. Embriagado. Arrojo una carcajada más, porque es escalofriante que para mí tenga perfecto sentido.
Un día le dio el texto siguiente:
Al atardecer
Siempre pienso en ti cuando se acaba el día. Es cierto que lo hago siempre, cuando amanece y cuando el sol está en su cénit, pero en especial cuando atardece. Porque me quedo con que si ese fuera el último día de mi vida, estaría bien. Estaría completo porque cuando atardece recuerdo que Estela me ama. Y de mañana en adelante, cuando se acabe mi día el tuyo estará empezando pero cuando veas amanecer, debes saber que yo estaré pensando en ti. Me receto dos besos hoy porque es nuestro último encuentro, uno para el día y otro por mi despedida. Quisiera guardarlo en un collar junto a mi pecho y llevarlo conmigo y cuando esté triste, tomando un café en un día lluvioso, poder sacarlo y sentirte conmigo, cerca. Saber que estarás leyendo algún libro trágico que me fastidia y a ti te fascina porque así eres, encuentras arte donde hay sentimientos. Me voy, añorando quedarme y llevarte a cenar hoy, igual que la semana pasada y la anterior. Llevaré mi vieja máquina de escribir y cuando me necesites, podrás leerme. Sabiendo que sigo siendo tuyo siempre.
Y con eso se despidió. Se fue a cursar sus estudios al otro lado del mundo. Estela se quedó con lágrimas y una colección de escritos no tan buenos pero sinceros y eso le bastaba.
Cada martes llegaba en el correo una carta de él. Ella corría al correo y encontraba el sobre que la alteraba toda. Subía a toda prisa a su habitación y despedazaba el sobre. Cada carta tenía un olor particular. El olor a tinta, papel y, el que más amaba, el olor de su perfume. Siempre le había parecido formidable que el fuera tan propio en su trato y su vestimenta. Con el olor ella casi podía verlo detrás de la máquina tecleando con el reloj que ella le había regalado puesto sobre su mano izquierda. Con los lentes que dejaba deslizar hasta casi caer de su nariz viendo sobre ellos; Tomando algo. Le gustaba pensar que vestía una camisa con las mangas remangadas hasta el antebrazo dejando ver sus brazos con un par de venas a la vista. Leía con la esperanza de encontrar una fecha de regreso o una señal de qué le vería.
Otro día que estaba tan embriagado o enamorado, que al fin de cuentas es lo mismo, le escribió un poema.
Ella, emocionada, se soñó casada con él. Cuando él se graduó, se casaron y empezaron su vida juntos. El fundó una pequeña empresa de deforestación y esta creció hasta que no se preocuparon por el dinero. Empezó a olvidarse de escribirle y se enroló en el trabajo. Un año, diez años.
Bajo la madera.
Así que le dio una idea. Fue por unas hojas y la puso en la máquina, ajustó el carro y empezó a teclear. Escribió un texto mucho más maduro de lo que hubiese escrito nunca, más sincero de lo que se pueda decir sin caer en el descaro y apasionado como todo el amor que tenía en su pecho. Escribió sobre una relación enferma, agonizante y real. Escribió buscando rumbo a un acuerdo. Finalmente añadió unos versos sobre Y tomó la hoja. Se la puso junto a la cama a su mujer. Él se fue a trabajar.
Cuando volvió encontró una nota en su escritorio junto a la máquina. Se había marchado. 'Este es el único rumbo que nos queda'. Él escribió todo lo que sentía en las hojas que le quedaban y se terminó todo lo que tenía en estante del alcohol. Perdió el conocimiento antes de poder recordarlo.
Al día siguiente despertó sin recordar sin siquiera haberle conocido. Sin embargo, sabía de una historia muy linda de un amor de escuela que tal vez él había escrito pero no estaba seguro si era real o no. De algún modo, el sentimiento de tristeza se había desvanecido en las hojas que tenía tiradas por todo el estudio y él estaba cuerdo. Caminando por la casa, sin embargo, encontraba rastros de Estela pero no podía sentir nada. Se preguntaba si aquel amor hubiese sido tan intenso ¿no lo recordaría? Si tantos textos hubiesen sido vanos ¿no sentiría enojo? Si su vida con ella era un chiste ¿qué de gracia hay en la broma del amor? Se preocupó hasta la médula. De algún modo sus sentimientos estaban entumecidos.
Siempre pienso en ti cuando se acaba el día. Es cierto que lo hago siempre, cuando amanece y cuando el sol está en su cénit, pero en especial cuando atardece. Porque me quedo con que si ese fuera el último día de mi vida, estaría bien. Estaría completo porque cuando atardece recuerdo que Estela me ama. Y de mañana en adelante, cuando se acabe mi día el tuyo estará empezando pero cuando veas amanecer, debes saber que yo estaré pensando en ti. Me receto dos besos hoy porque es nuestro último encuentro, uno para el día y otro por mi despedida. Quisiera guardarlo en un collar junto a mi pecho y llevarlo conmigo y cuando esté triste, tomando un café en un día lluvioso, poder sacarlo y sentirte conmigo, cerca. Saber que estarás leyendo algún libro trágico que me fastidia y a ti te fascina porque así eres, encuentras arte donde hay sentimientos. Me voy, añorando quedarme y llevarte a cenar hoy, igual que la semana pasada y la anterior. Llevaré mi vieja máquina de escribir y cuando me necesites, podrás leerme. Sabiendo que sigo siendo tuyo siempre.
Y con eso se despidió. Se fue a cursar sus estudios al otro lado del mundo. Estela se quedó con lágrimas y una colección de escritos no tan buenos pero sinceros y eso le bastaba.
Cada martes llegaba en el correo una carta de él. Ella corría al correo y encontraba el sobre que la alteraba toda. Subía a toda prisa a su habitación y despedazaba el sobre. Cada carta tenía un olor particular. El olor a tinta, papel y, el que más amaba, el olor de su perfume. Siempre le había parecido formidable que el fuera tan propio en su trato y su vestimenta. Con el olor ella casi podía verlo detrás de la máquina tecleando con el reloj que ella le había regalado puesto sobre su mano izquierda. Con los lentes que dejaba deslizar hasta casi caer de su nariz viendo sobre ellos; Tomando algo. Le gustaba pensar que vestía una camisa con las mangas remangadas hasta el antebrazo dejando ver sus brazos con un par de venas a la vista. Leía con la esperanza de encontrar una fecha de regreso o una señal de qué le vería.
Otro día que estaba tan embriagado o enamorado, que al fin de cuentas es lo mismo, le escribió un poema.
Ella, emocionada, se soñó casada con él. Cuando él se graduó, se casaron y empezaron su vida juntos. El fundó una pequeña empresa de deforestación y esta creció hasta que no se preocuparon por el dinero. Empezó a olvidarse de escribirle y se enroló en el trabajo. Un año, diez años.
Bajo la madera.
Así que le dio una idea. Fue por unas hojas y la puso en la máquina, ajustó el carro y empezó a teclear. Escribió un texto mucho más maduro de lo que hubiese escrito nunca, más sincero de lo que se pueda decir sin caer en el descaro y apasionado como todo el amor que tenía en su pecho. Escribió sobre una relación enferma, agonizante y real. Escribió buscando rumbo a un acuerdo. Finalmente añadió unos versos sobre Y tomó la hoja. Se la puso junto a la cama a su mujer. Él se fue a trabajar.
Cuando volvió encontró una nota en su escritorio junto a la máquina. Se había marchado. 'Este es el único rumbo que nos queda'. Él escribió todo lo que sentía en las hojas que le quedaban y se terminó todo lo que tenía en estante del alcohol. Perdió el conocimiento antes de poder recordarlo.
Al día siguiente despertó sin recordar sin siquiera haberle conocido. Sin embargo, sabía de una historia muy linda de un amor de escuela que tal vez él había escrito pero no estaba seguro si era real o no. De algún modo, el sentimiento de tristeza se había desvanecido en las hojas que tenía tiradas por todo el estudio y él estaba cuerdo. Caminando por la casa, sin embargo, encontraba rastros de Estela pero no podía sentir nada. Se preguntaba si aquel amor hubiese sido tan intenso ¿no lo recordaría? Si tantos textos hubiesen sido vanos ¿no sentiría enojo? Si su vida con ella era un chiste ¿qué de gracia hay en la broma del amor? Se preocupó hasta la médula. De algún modo sus sentimientos estaban entumecidos.
Se incorporó con ayuda de sus cuatro extremidades. La resaca se oscureció por la preocupación irreversible y sintió algo inconfundible, como un llamado desde sus tripas y hasta los vellos de su cuerpo. Un ardor en su cabeza y pecho que le impelían a teclear. Como una ola imparable que avanza arrasando con todo. Puso papel, ajustó el carro y empezó a teclear.
Escribió sobre el miedo que le daba volverse insensible. El terror que le causaba el no atreverse a sentir de nuevo, el volverse lo que había aborrecido en el pasado. Un par de líneas solamente y pudo sentir un cambio en su ser. De algún modo sintió que el miedo se había ido se sí para siempre. Era algo que lo abordaba tan pleno que estaba seguro de ello. Pero para corroborar su teoría subió al edificio más alto de la ciudad y se acercó a la marquesina del mismo y empezó a caminar justo en el borde sin inmutarse ni un poco. Entonces se agachó y se paró de manos sobre la orilla. Balanceando su cuerpo en el mismo. Logró apoyarse en solo una mano sobre la orilla. A unos treinta metros del piso y no sintió nada. Resbaló y por poco cae al vacío pero él siguió sin sentir ni una cosa, sino intriga.
Allí entendió. Era la máquina de escribir que le dio el viejo. Volvió a su cuarto y pensó sobre que escribir. Se pasó una tarde entera frente al aparato sin teclear nada y no probó un bocado. Aunque no recordaba a Estela, tenía la intriga de aquella mujer de su cuento favorito, tan bella como las mismas cortes celestes. Así que con esa curiosidad empezó a teclear sobre las estelas celestiales que miraba sobre sí. Quería ver cómo lo interpretaba la máquina. Recorría velozmente el carro para escribir una línea, dos, una cuartilla dos. Un texto sublime.
Corrió afuera. Levantó los ojos a la negra noche y pudo ver, en cuestión de segundos una gran lluvia de estrellas sobre él. Empezó a reír con nerviosismo y expectación ¿Cuáles eran las posibilidades? Regresó y escribió sobre un gran banquete, porque tenía hambre. Y el hambre se esfumó. No había comido nada, simplemente ya no tenía hambre, ni antojo, para siempre. Aun no descifraba cómo funcionaba la máquina. A veces hacía que las cosas sucedieran, otras veces las desaparecía. Escribió entonces sobre sus memorias y de su mente se desvanecieron las reacciones emocionales a las mismas. Solamente quedaba en el papel.
Tocaron a su puerta y encontró a un hombre. Del cual había escrito, en algún texto le describió como su mejor amigo, Paco, pero ahora era para él un extraño. Quería charlar sobre el asunto, con todo, así que le invitó a pasar y le resumió la historia de la máquina.
—Estela te dejó ¿Cómo te sientes?
—No siento nada.
—Estás en negación.
—No. No es negación.
—Es normal.
—¿Qué no escuchaste lo de la máquina?
—Ese cuento. Está bien si así quieres manejar la situación.
—¡No es una catarsis cualquiera Paco!
—Muéstrame la máquina.
Lo llevo al estudio y le señaló la máquina. Paco fue y tecleó "El aliento y energía de Paco"
No podía creer que escribiera algo así. Aunque Paco era un temerario. Paco se paró frente a él con los brazos extendidos y los ojos cerrados.
—¡Toma mi vida, máquina!
Escribió sobre el miedo que le daba volverse insensible. El terror que le causaba el no atreverse a sentir de nuevo, el volverse lo que había aborrecido en el pasado. Un par de líneas solamente y pudo sentir un cambio en su ser. De algún modo sintió que el miedo se había ido se sí para siempre. Era algo que lo abordaba tan pleno que estaba seguro de ello. Pero para corroborar su teoría subió al edificio más alto de la ciudad y se acercó a la marquesina del mismo y empezó a caminar justo en el borde sin inmutarse ni un poco. Entonces se agachó y se paró de manos sobre la orilla. Balanceando su cuerpo en el mismo. Logró apoyarse en solo una mano sobre la orilla. A unos treinta metros del piso y no sintió nada. Resbaló y por poco cae al vacío pero él siguió sin sentir ni una cosa, sino intriga.
Allí entendió. Era la máquina de escribir que le dio el viejo. Volvió a su cuarto y pensó sobre que escribir. Se pasó una tarde entera frente al aparato sin teclear nada y no probó un bocado. Aunque no recordaba a Estela, tenía la intriga de aquella mujer de su cuento favorito, tan bella como las mismas cortes celestes. Así que con esa curiosidad empezó a teclear sobre las estelas celestiales que miraba sobre sí. Quería ver cómo lo interpretaba la máquina. Recorría velozmente el carro para escribir una línea, dos, una cuartilla dos. Un texto sublime.
Corrió afuera. Levantó los ojos a la negra noche y pudo ver, en cuestión de segundos una gran lluvia de estrellas sobre él. Empezó a reír con nerviosismo y expectación ¿Cuáles eran las posibilidades? Regresó y escribió sobre un gran banquete, porque tenía hambre. Y el hambre se esfumó. No había comido nada, simplemente ya no tenía hambre, ni antojo, para siempre. Aun no descifraba cómo funcionaba la máquina. A veces hacía que las cosas sucedieran, otras veces las desaparecía. Escribió entonces sobre sus memorias y de su mente se desvanecieron las reacciones emocionales a las mismas. Solamente quedaba en el papel.
Tocaron a su puerta y encontró a un hombre. Del cual había escrito, en algún texto le describió como su mejor amigo, Paco, pero ahora era para él un extraño. Quería charlar sobre el asunto, con todo, así que le invitó a pasar y le resumió la historia de la máquina.
—Estela te dejó ¿Cómo te sientes?
—No siento nada.
—Estás en negación.
—No. No es negación.
—Es normal.
—¿Qué no escuchaste lo de la máquina?
—Ese cuento. Está bien si así quieres manejar la situación.
—¡No es una catarsis cualquiera Paco!
—Muéstrame la máquina.
Lo llevo al estudio y le señaló la máquina. Paco fue y tecleó "El aliento y energía de Paco"
No podía creer que escribiera algo así. Aunque Paco era un temerario. Paco se paró frente a él con los brazos extendidos y los ojos cerrados.
—¡Toma mi vida, máquina!
—¡Paco, ¿qué haces?!
—¿Ves? Es solo un...
Paco se desmoronó allí, sin aliento, sin vida. Aunque no sentía conexión con él, sabía que estaba muerto y eso lo tenía mortificado.
Se acercó a quien más apropiado le parecía, un religioso trabajador de su empresa y le expuso con lujo de detalle la situación de la máquina de escribir. Al hombre se le iluminaron los ojos.
—¿Sabes lo que significa? —dijo el religioso.
—No, no lo sé. Por eso estás aquí.
—Puedes arreglar lo que sea.
—No, no puedes controlar como la máquina interpretara tus palabras. Es como si estuviera consciente. Casi siempre se lleva aquello de lo que escribes, pero a veces te lo da. Es extraño.
—A ver déjame intentar —dijo poniéndose frente al teclado—. Tratemos con algo sencillo.
Escribió "El escritorio donde posaba la máquina de escribir". Y así, el escritorio dejó de existir y la máquina se posó sobre el suelo. Entonces añadió "El escritorio donde posaba la máquina de escribir era de madera de cedro". Y este volvió a surgir debajo de la máquina.
—¡Lo has resuelto!
—Esto es espeluznante —se llevó las manos a la boca— ¡Un milagro aterrador!
—Al parecer si reescribes sobre algo esto se devuelve.
—No creo que sea tan sencillo.
—Déjame intentar.
Escribió en la hoja "El aliento y energía de Paco se hizo fuerte como nunca". Alguien tocó a la puerta. El religioso y el hombre se vieron aterrados. Paco era quien tocaba la puerta. El hombre lo despachó tan pronto como le fue posible. Paco no paraba de hablar sobre lo bien que se sentía. Así que en cuanto pudo lo despidió.
Volvió al estudio deprisa y escribió sobre sus miedos. Y le aterró la idea de siquiera llegar a la azotea de un edificio. El religioso estaba parado en una esquina procesando todo. Quiso intentarlo, escribir en la máquina y pensó en escribir algo tan fuerte que pudiera quedar claro que la máquina tenía poder. "La gravedad era indiferente para quienes escribían en la máquina" y se sintieron sumamente pesados, sin poder despegarse del suelo. Entonces, recorrió el carro y escribió "Para bien". Y en aquel estudio, el religioso y él dueño de la máquina empezaron a flotar. Estaban eufóricos. Riendo como niños sobre los libreros e impulsándose desde el techo para llegar al suelo. El dueño se acercó al escritorio y reescribió el último renglón y volvieron al suelo.
El religioso lo instaba a escribir sobre los problemas mundiales para resolverlos pero él no estaba seguro. Le dijo que lo pensaría y que podía volver mañana si quería. Al fin de cuentas solo ellos dos sabían del poder que tenía la Underwood. En la madrugada el hombre estaba bebiendo frente a la máquina y escribió "La vida con Estela Islas es imborrable". Como una avalancha se le vinieron todos los recuerdos del amor tan ardiente que sintió por ella y ahora no tenía. Empezaron unas lágrimas gordas a rodar por su mejilla. No quería sentirlo. Detestaba sentirse así. ¿Por qué el amor debe de desgarrarte? ¿Habría alguien que pudiera escribir lo que él le había escrito? ¿Habría un modo de regresar el tiempo y volver a inciiar? Entonces tecleó sin parar, escribió un texto sobre pasar adelante. Un texto largo que fue a su vez una catársis. Y no la olvidó. Empezó a llorar inconsolable frente a la máquina y quiso irse de allí. Tomó la máquina y se fue en el automóvil.
Por la carretera llegó a donde estaba aquella tienda. Entró a la tienda pero no había nada. Ni repisas, ni escritorio, ni viejo extravagante. Entonces tomó la máquina y en lo que le quedaba de la página puso uno de sus poemas favoritos
"La vida ¿Cuando fue nuestra?
La vida ¿Cuando fue?
La vida ¿Cuando?
La vida".
Y así cómo así todo se oscureció. Hasta que un rechinar en la puerta hizo que entrara la luz del sol. Entonces las repisas estaban donde mismo, el viejo escritorio beige llevaba el nombre de la tienda "Miscelánea Underwood".
La vida ¿Cuando fue?
La vida ¿Cuando?
La vida".
Y así cómo así todo se oscureció. Hasta que un rechinar en la puerta hizo que entrara la luz del sol. Entonces las repisas estaban donde mismo, el viejo escritorio beige llevaba el nombre de la tienda "Miscelánea Underwood".
A TIEMPO.
—Buenas tardes.
—…
—¡Buenas tardes!
—…
—¡Disculpe!
—¡Bienvenido a Miscelánea Underwood! —dijo de un sobresalto— Dígame en qué le podemos servir caballero.
—Quisiera utilizar un teléfono.
—No es posible —dijo sonriendo el viejo—.
—Un directorio entonces.
—No es posible —con la sonrisa serena.
—Verá, el automóvil ha quedado varado a unos cien metros de aquí, mi esposa está esperando y vamos a un evento de gala a la ciudad, entonces ¿Sabe cómo contactar a una grúa?
—No es posible —repitió el viejo sonriente.
—Ya veo —dijo el caballero sonriendo también. Echó un vistazo a la tienda y entrecerraba los ojos con una sonrisa irónica—. ¿Qué es posible entonces?
—Lo que es posible es que usted vuelva con la bella mujer que lo ama y le diga que usted también. Solo dígale eso y diga que lo siente, por todo.
—¿Cómo sabe.. —se le desfiguró la cara al cliente—. ¿Por qué dice eso?
—Lo siento por todo —decía sonriente mientras le pasaba una tarjeta que decía justo eso además de la inscripción de la tienda en la esquina inferior derecha. El caballero la tomó y la metió en el bolsillo interior de su saco.
El hombre estaba en silencio y advirtió que tenía una maleta pequeña.
—¿Qué tiene en la maleta?
—No creo que sea para usted de interés alguno. El próximo hombre tal vez la necesite.
—No hay nadie aquí, sólo yo.
En eso, un caballero entró por la puerta pidiendo un teléfono para llamar una grúa. El otro cliente rio y se marchó.
—Miscelánea Underwood le desea buen viaje —le despidió el viejo.
Llegó corriendo a su automóvil. Encontró que un camionero se había detenido a ayudar a su esposa y había arrancado el coche. Agradeció al hombre y tomó con fuerza entre sus brazos a Estela y le dio un beso fuerte. Sacó del interior de su saco una tarjeta y se la dio.
—Aun no lo olvido, un texto por un beso —ella sonreía—. Sé que no estamos en nuestro mejor momento pero quiero seguir a tu lado hasta que ya no existan cosas por las cuales escribir.
Ella lo volvió a besar.
Defecto del ser humano, valorar lo realmente importante cuando ya se a perdido...
ResponderBorrarLamentablemente, son pocas las personas que perfeccionan el arte de apreciar el presente. ¡Un saludo!
BorrarClaro que sería genial siempre tener otra oportunidad para recuperar aquello valioso que hemos perdido, pero esto no es posible, aún así, a veces solo basta con tener la suficiente humildad para seguir un consejo, y así nunca perderlo ¿cierto?
ResponderBorrarMuy buen relato. Saludos ��
¡Saludos! Para eso precisamente es la lectura, para "tener otra oportunidad", para visualizar lo imposible y reflexionar.
Borrar¡Cierto! Y de echo debo decir que sí lo hice, solo que nunca había pensado que ciertamente se le puede llamar a esto "otra oportunidad".
BorrarY es por esto que digo que nunca se deja de aprender, gracias. ��