Cenando con un extraño.
El hombre de corbata estaba sentado con su espalda hacia la
puerta. Caminé y le pregunté si estaba ocupado el asiento de enfrente. Hizo un
gesto, miró las mesas vacías al rededor y dijo "Supongo que no habrá
problema". Tomé el asiento frente a él y levanté la mano para llamar al
mesero.
— ¿Trabajo? —pregunté.
— ¿Eh? —decía masticando el bocado— sí, trabajo.
—Bien.
— ¿Usted va a algún lado? —preguntó moviendo su índice en
círculos hacia mi ropa—. ¿O es un simple lunes por la tarde?
—Tengo una cita importante.
El mesero llegó, me sirvió un vaso de agua, tomó mi orden y
se fue. Tomé el vaso y le di un buen trago. Después de unos quince minutos en
silencio, el hombre sintió la necesidad de irrumpir la tensión.
—¿Tienes nombre?
—Sí, tengo uno —respondí.
—Ok.
—Perdone usted que sea tan poco cortés. He tenido un mal
día.
—No se preocupe —decía el hombre de corbata desaliñada
entre bocados—. Yo también he tenido un mal día, una mala semana, un mal mes…
en fin, mi vida no es lo que llamaríamos perfecta.
—Lamento escuchar eso.
—No tiene ni idea.
—Dígame, ¿qué le ha sucedido que hace de su vida tan
miserable?
— ¿Por dónde empiezo? Bueno, antes de comenzar a contarle
mi vida, para lo que le recomiendo un paquete de toallitas, necesito saber
porque es usted tan formal cuando habla y tiene ese traje y corbata tan
elegante.
—Bueno —sonreí— usted también tiene corbata.
—Sí, pero es por el trabajo. Usted está vestido para algo especial.
Además, por cómo habla se ve que es alguien importante.
—Se sorprendería —bebí un poco más de agua.
Él solo esbozó una risa. Otros buenos minutos pasaron.
— ¿Qué ordenó que se tarda tanto?
—Mi favorito.
El mesero llegó con mi pedido, una pasta: lasaña de queso
ricotta. Él hombre de corbata, que casi terminaba con su comida, levantó la
mirada para ver mi plato y empezó a dejar caer su boca casi hasta el suelo,
incluso un pequeño trozo de comida cayó nuevamente en su plato. Esto último le
hizo reaccionar y cerrar su boca.
—Se ve bien, ¿no es cierto?
—Se ve muy bien.
— ¿Le gustaría un poco?
— ¡¿Qué dice?! ¡Es suyo! Nunca podría hacer… bueno, tal vez
un poco… solo porque se ve muy bien.
—Tome, buen provecho —dije cortando un poco y poniéndolo en
su plato.
El hombre tomó con un poco de desespero su tenedor y
cuchillo y llevó el primer pedazo a su paladar. Cerró los ojos, respiró hondo e
hizo un sonido de satisfacción.
—Es lo mejor que he probado en mi vida.
Ya no estaba respondiendo. Ahora solo estaba comiendo mi
platillo en silencio.
—Bueno, ahora que no puedo hablar, puedo escuchar —afirmé antes de comenzar a comer con más
entusiasmo.
Si soy sincero, no quería escucharle.
—Claro, bueno, no conocí a mis padres. Desde ahí mi vida
pintaba para ser una desgracia, entonces cuando…
— ¿Porque no conoció a sus padres? ¿Por eso es su vida tan
mala? —dije pasando una servilleta por mi barbilla.
—No, no, no, no, no. Eso es el inicio. Voy hacia allá. Me
crie con unos tíos que no me querían. Y en la escuela siempre me molestaban. En
fin, ¿por qué le estoy contando esto?
—No tengo idea —respondí con la esperanza de poner fin a la
conversación.
—En todo caso, si no quería charlar ¿por qué sentarse aquí
conmigo cuando se pudo haber ido a otra mesa? Así que ya estamos aquí, ahora
escuche.
—Bueno, en realidad. Me agrada cenar con alguien que no
hable mucho.
—Tal vez debió ir a otro lugar.
—Tal vez.
—Ok, le decía. Me casé porque embaracé a mi novia en la
preparatoria y empecé a trabajar desde los 18 años. Llegó un segundo bebé y el trabajo ya no era suficiente. Por lo que
conseguí un segundo empleo. Con el paso del tiempo, los niños entraron a la
escuela. Rara vez los veía. Se me hizo fácil ocultar mi dolor con unos tragos y
un mal día maltraté a mi mujer. Le pedí disculpas y ella aseguró perdonarme. A
la siguiente mañana, nada. Se habían ido. De eso hace dos años. Solo recibí una
cuenta bancaria a la cual depositarles dinero. Sigo trabajando día y noche para
alimentar una familia que no me quiere ni me necesita para otra cosa que no sea
dinero. No sé, el punto de mi vida en el que estoy es horroroso.
—Ya veo. Si me permite, podría puntualizar algunas cosas
que me llaman la atención.
—Puntualice lo que quiera. En veinte minutos debo marcharme
o llegaré tarde al otro trabajo.
—Bien. Usted ha dicho que ha encontrado una mujer que ama,
o amó en algún momento. —decía limpiando mi boca una última vez, poniendo los
cubiertos al cuarto para las doce en mi plato vacío—. Eso es mucho para una
vida miserable. Además, esta mujer le ha dado dos hijos, que si bien, han sido
sorpresas, usted puede contar con que alguien lo recordará después que haya
dejado esta tierra. El cómo le van a recordar depende de usted.
—Es fácil decirlo par…
—No he terminado aún. No debería quejarse por algo que es su
responsabilidad. Usted decidió con sus acciones imprudentes el traerlos a este
mundo. Ahora debe hacerse cargo de ellos y enseñarles a ganarse la vida aquí.
Lo que en verdad me molesta es que justo ahora no esté haciendo nada para
resolver su situación, simplemente ha aceptado que su vida será así. Y otra
cosa, ¡¿golpear a una mujer?! No hay suficiente alcohol que justifique un acto
tan cobarde.
—Usted no entiende. Es uno de esos hombres de negocios con
la vida resuelta. Seguramente nació en una cuna de oro con servidumbre incluida
y creció con todos los cuidados habidos y por haber. No tuvo que salir todos
los días a pelear por su vida.
—Usted tiene una boca muy maleducada señor. Debo acreditar
eso a que creció sin un padre que le pusiera un buen ejemplo. Sin embargo, no
hay nada en su comportamiento, ni forma de comer o hablar que indique que usted
tenga un poco de respeto hacia su persona ni a nadie más. Mucho menos
aspiraciones o ambición alguna.
Él tenía una expresión de asco en su rostro.
—Mi padre fue un cobarde que decidió abandonarnos.
Yo me levanté y abofeteé al hombre con el dorso de mi
diestra. En cuanto hice el movimiento repentino, un par de hombres uniformados
entraron por la puerta y corrieron a mi lado. Uno de los uniformados me colocó
unas esposas. Me querían llevar de nuevo a la patrulla. Estaban por alejarme de
la mesa cuando el caballero de corbata nos interrumpió.
—Está bien, déjenlo terminar —dijo con la mano sobre su
mejilla.
Los uniformados se vieron entre sí y buscaron un signo de
confianza en mí semblante.
—Lo siento, me dejé llevar.
Me permitieron volver a mi asiento con ellos a unos cuantos
pasos. Los meseros y otros trabajadores empezaron a prestar mucha atención a
toda la escena. Algunos tenían sus teléfonos celulares en la mano, esperando el
momento para capturar el mejor ángulo de mi desquicio.
Él hombre frente a mí ya estaba más despierto. Volteaba a
todos lados, le llamaban la atención las torretas frente al restaurante.
—Y dígame, ¿viene por aquí muy seguido? —odiaba la charla
superficial, pero en este caso parecía la mejor opción— ¿o está intentando
probar algo nuevo?
—No, me gusta este lugar —decía sin despegar la vista de
las luces rojiazules a través de la ventana.
—Estoy consciente de ello.
El hombre me vio como aquel que ve a un fantasma. Inclinaba
su cabeza tratando de encontrarle sentido a todo esto.
—¿Nos conocemos de algún lado?
—Sí —respondí llevando el tenedor con comida a mi boca—,
bueno, algo así.
—¿Qué hace la policía aquí?
—Me están cuidando… —bebía vino—a usted, más
específicamente. Pero tranquilo, no le haría daño.
—No entiendo.
—Verá, yo sé que viene aquí con mucha frecuencia, casi
todos los días. Sé que lo que me ha contado es verdad y también sé que su padre
se preocupa por usted.
—¿Es usted mi…
—¡No! —solté una carcajada— No, no lo soy. Sin embargo,
conocí a su padre.
—¿Qué?, ¿Cómo?, ¿Cuándo?
—Seré breve, debido a que casi termino mi cena.
—¿Dónde está mi padre?
—Muerto. Esa es la respuesta corta. Pero yo le conocí en
vida y sé por un hecho que si su padre le abandonó es porque no tenía opción.
Su madre, bueno, ella fue un daño colateral. Su padre, no obstante, estaba metido en problemas que no quería que
heredarán ustedes. Así que huyó tan pronto supo que ustedes venían en camino. Y
aunque se marchó, siempre estuvo observando a la distancia. Hace unos
meses el me hizo prometerle que vendría a verlo. Y hoy estoy cumpliendo
una promesa a un amigo.
—No entiendo, ¿cómo conoce a mi padre?
—No es de su incumbencia.
—Yo creo que sí.
—Éramos malos. Somos miembros de un grupo delictivo del
cual puedes entrar pero nunca salir. Y que todos los que pertenecen a él deben
de ser sujetos sin nada que perder, de eso se aseguraban, sin nada que perder y
si consiguen algo por lo que podrían verse comprometidos, les es arrebatado.
Así que cuando su padre, en paz descanse, conoció a su madre él supo que había
encontrado algo por lo que vivir…
—¿Y?
—Y prefirió huir, antes de que le fueran arrebatados.
— ¿Y mamá?
—Ella te dejó cuando se
dio cuenta que era demasiado tarde para ella. El jefe la había
encontrado. Así que te dejó con sus parientes y se entregó, dando su vida por
la tuya —faltaban pocos bocados para terminar—.
—¿Está tratando de que crea que yo les importaba?
Le di una cachetada nuevamente. Me anticipé a los oficiales
y me disculpé por ello. Insistí en que no se repetiría y ellos amenazaron con
ya no darme concesiones.
—¡Sí! ¡Les importabas!
—¿Por qué he de creerle?
—Porqué es la verdad. A tu padre le dolía que estuvieras
malgastando tu vida.
—Claro que él me puso un gran ejemplo —levantaba las
cejas—.
—Tienes razón. Yo solo estoy cumpliendo una promesa a un
amigo. Esta cena… esta cena… esta cena es mi última. Estoy gastando mi última
cena en tratar de convencerte de hacer algo… —Golpeé la mesa con ambas manos—. ¡Que reacciones!
Los hombres tomaron
posición de escolta y me estaban jalando para levantarme del asiento.
—La vida es corta, hijo. La vida es demasiado corta y se te
va entre los dedos como agua. —el agua invadía mis ojos— La vida es corta, pero
aun así vale la pena ser vivida si tienes alguien a quien ayudar, a quien amar.
Te lo está diciendo un condenado que perdió veinte años en prisión, sabiendo de
ti por otros y queriendo contactarte sin poder hacerlo. Sí me importas. No
cometas los mismos errores que yo cometí. Yo soy otra historia con el final ya escrito pero tu aun tienes tiempo de remediar tu
situación, pero solo si tú quieres.
Los oficiales me apretujaban más para llevarme con ellos.
—¿Nada? —pregunté desesperado.
—…
—Hasta luego.
Los uniformados me escoltaron a la salida. El hombre de corbata
desaliñada miraba con los ojos de plato, la mano sobre su mejilla masajeando el
golpe y siguiéndome con la mirada hasta que me pusieron en la patrulla. No sabía si este único intento era suficiente para hacerle reaccionar.
Tanto tiempo no se puede resumir en un par de minutos. Sabía que me llevaban a
tomar una última inyección. Lo sabía y se reflejaba en mi ropa, era digna de
una ocasión tan especial; la cena con un hombre que no conocí, pero amaba con
cada fibra de mi ser. Siempre había estado allí, a la distancia… ese fue mi
error.
Tenía ya la cabeza caída, la mirada clavada en el tapete del interior
del automóvil. Escuché el sonido del motor encendiendo y miré al hijo que no crie.
Con una mirada diferente, sobria. Tomó entonces su corbata y la ajustó con
fineza a su cuello. Un ajuste definitivo. Dirigió la mirada a la ventana y, aunque sea difícil de decir con certeza, me vio directo a los ojos y asintió.
La última cena de un sentenciado a muerte y su único intento por ser un padre para su hijo... La última buena acción para intentar aliviar su consiencia ya moribunda...
ResponderBorrarPor lo general, ese amor es intrínseco. Claro, hay excepciones...
BorrarSí, supongo que ese amor estuvo allí solo quela forma en que decidio mostrarlo fue... Bueno triste (para mi)
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