Un zumbido en la oscuridad.

En la oscuridad de la habitación, estás cubierto por un par de sábanas y una cobija pesada. Asumes que te sientes tan seguro como un niño en el vientre de su madre. Se filtra la luz de la luna y el ruido de la lluvia cayendo en tu jardín. Las persianas contra los marcos agrietados de madera te recuerdan que el insomnio está poseyéndote. Y entre el diluviar de fuera y el traquetear de la madera se escucha algo nuevo. 

Abres los ojos estirándo lo más que te permiten tus párpados. Das unos segundos a tus púpilas e iris a aclimatarse a la penumbra. El brillo de la luna no es suficiente para distinguir más allá de los bordes de las cosas. Oyes un zumbido en la oscuridad, como el de un insecto alado. Recuerdas que el sonido producido por las moscas y otros insectos voladores se intensifica o disminuye con su trayectoria parabólica al volar por la habitación, si estuviera cerca se oiría más fuerte, cuando se alejara, se oiría más bajo. Sin embargo, el zumbido que ahora ocupa tu mente es persistente y constante cuál si se estrellara en una superficie, quizá maderosa, intentando escapar.

Tratas de olvidarlo. Aprietas los ojos y te volteas sobre un costado en el colchón para acomodarte para conciliar el sueño. Y el zumbido te atraviesa la cabeza, entrando por un oído y rasgando el cerebro, despedazando los sesos que antes intentaban dormir, tratando de salir por el otro oído y encontrándose con la almoahada, obligando al zumbido a revertir su ruta para abandonarte. El barrenante sonido te empieza a hacer reacomodarte en la cama. Las breves pausas de silencio no son suficientes para que tu cabeza pueda mudarse a otro pensamiento. Y ahora tienes una incógnita en tu mente: ¿Qué cosa está originando el ruido?

Alguna vez escuchaste a una colmena de langostas volar y aunque estás seguro que ahora no tienes una colmena en tu habitación, tienes la duda si alguna clase de langosta gigante se ha colado por la ventana para refugiarse por la lluvia y ahora no encuentra la salida. Tal vez, podrías ayudarle a salir y librarte del estruendo. Ya encontrará afuera una hoja para protegerse de la tempestad. 

Repites el ejercicio de adaptar tus ojos a la oscuridad. Haciendo un esfuerzo extra para pelar bien los párpados e identificar el camino hacia el apagador. Te incorporas en la orilla de la cama. La sonoridad del cubo de madera que forma tu habitación rebotan el zumbido en las seis caras del cuarto donde te has quedado este fin de semana. Has hecho un lúgubre intento de querer relajarte. Aún sentado, no eres capaz de localizar la fuente del sonido. Te pones de pie. Caminas tambaleándote de un lado a otro porque te ayuda con el aturdimiento de ponerte de pie demasiado rápido. Y a un paso de alcanzar el interruptor de la bombilla, pisas algo. 

Escuchas un ¡¡¡SCUACH!!! junto con un ¡¡¡CRACK!!!. Con la planta de tu pie desnudo has silenciado el ruido. Sientes unas rígidas hojas que cortan tu pie con los bordes. Se contrasta lo rígido que lastima tu pie con algo suave que acaricia casi sin intención tus dedos y con extremidades que te rodean las falanges de los dedos de tu pie. Te has quedado inmóvil cuando sientes a esas extremidades moverse. Ahora prendes la luz y retiras tu pie. 

Ves una figura humanoide con brazos más largos que la proporción de su cuerpo intentando levantarse. De la pequeña espalda le nacen dos alas como de un insecto. La primera de las alas está fracturada a la mitad y tiene un doblez que hace que caiga hasta el piso. La segunda ala está maltratada, pero entera. Su cuerpo es similar al de una persona, pero la textura visual que tiene es como la de un gusano. Está parado sobre sus cuatro extremidades e intenta volar. Oyes el zumbido y tus comisuras se hunden a señal de tus cejas juntándose. Entonces en un impulso te agachas y lo tomas con tu puño derecho. 

Arroja un alarido que suena más penetrante que el zumbido previo. Alejas tu puño de tu vista para intentar opacar el sonido, pero es inútil. Caminas al buró y tomas tus gafas para poder examinarlo. Ahí le ves bien el rostro. Es una creatura que jamás has visto en tu vida. Te recuerda a algo o alguien pero no puedes confirmarlo porque se está retorciendo de dolor. Sientes en tu mano como se mueven sus extremidades tratando de zafarse de ti. Cuando se queda quieto le ves la cara. Se parece a alguien que conoces. Logra deslizar su brazo derecho para impulsarse y te clava una mordida en el dorso del pulgar y abres la mano. El zumbido se hace presente una vez más mientras vuela hacia la ventana. Desciende casi hasta caer para tomar velocidad con unos pasos veloces y emprender el vuelo nuevamente. Asciende y desciende hasta detenerse en el umbral de la ventana. Se acuclilla preparándose para saltar y se sostiene con un bracito del marco de la ventana. Te voltea a ver con horror en el rostro. Asesando su mirada y su pequeña boca jadea, posa su vista sobre ti una última vez. Logras percibir un sonido, el pequeño llanto de tu visita nocturna, previo a dejarse caer por la ventana hacia la noche. 

En medio de la habitación tu puño pierde su fuerza y  algo roza tu palma: un trocito de ala. Ahora estás más despierto. Caminas con decisión al tocador y te agarras bien del lavabo. Sabes que tienes que hacerlo. Llevas años sin  tener las agallas para lograrlo, pero ahora tienes una excusa para intentarlo. Tienes la sospecha de conocer a tu visitante. Enciendes la luz y después de que casi te olvidas de esa persona, le ves fijamente. Clavas tu mirada en el cristal y llegas hasta la persona en el reflejo. Echas un vistazo más a lo que tienes en la mano. La transparente alita de tu inquilino no deseado. Te ves otra vez en el espejo. Reconoces los ojos de la creatura y su boca jadea de vuelta a ti. Ves el pedazo de ala en tu palma, despegas los labios para liberar la congestión que se empieza a generar en tu nariz y se acumula en tu garganta. El zumbido se intensifica cuál si la parabólica creatura voladora se acercara y te retumba en cada parte de tu ser. Entra por el oído y busca escaparse por las extremidades y cavidades a su merced.  El zumbido baja por tu garganta y te parte el corazón, se sigue de largo a revolverte el estómago, baja hasta tu pudor y se encarga de debilitarte las rodillas. Reconoces ahora a la fuente del zumbido, le ves las cuencas de los ojos y las comisuras se van al suelo. Te acuclillas y te pones a llorar. Tu mano sin fuerza libera el souvenir que has sostenido todo este tiempo. Esperas ver cómo se cae flotando con resistencia al viento hasta el suelo el trozo de ala, pero ya no logras encontrar nada. Buscas en las palmas de tus manos, pero no te importa porque ahora las necesitas para cubrirte el rostro y romper a llorar.

Comentarios

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  2. Centraré mi comentario en un solo punto porque este cuento da para comentar un montón. Es en la parte final donde el personaje principal ve por fin esa parte de el que ha estado negando a aceptar durante un tiempo (en este caso su aspecto que es idéntico a la creatura). El hecho que ignoramos a propósito lo que no nos gusta de nosotros mismos no quiere decir que eso va a desaparecer solo. Entonces nos convertimos en nuestros propios verdugos cuando somos consientes de la realidad a veces reflejada en otros.

    Si alguien quiere leer algo similar en este blog busquen "La Covacha"

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    Respuestas
    1. Gracias por ahondar en la metáfora. Gracias por leerme. Gracias por la referencia. Gracias, Sentidos ;)

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  3. Podemos llegar a convertirnos en nuestros miedos más grandes. Afrontar y mirar a los ojos a esa parte de nosotros que siempre escondemos, que tememos. Haces frente y creces.

    Un zumbido en la oscuridad me lo recordó. Gracias.

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