El lienzo de Emilia: Prefacio.
PREFACIO
Pasó mucho tiempo frente a ese pedazo
de tela. Dialogando en silencio. Ese lienzo le llenaba su ser de lo que fuera
que necesitara. Iba casi diario cuando lo encontró y con el tiempo un par de
veces a la semana después de trabajar. Nunca se arrepintió de ninguna de
aquellas veces. Y a pesar de todo, la única catarsis que encontró fue tomar
alcohol inflamable y prenderle fuego.
Había una banca
cerca de su departamento. Siempre tuvo curiosidad por sentarse ahí, leer un
poco y sentir el viento impactarse en su rostro. Hasta imaginarse esta escena
le parecía relajante. Y era algo constante. Todos los días al ir al trabajo
caminaba por la acera de ese jardín. No encontraría otra forma más rápida de
llegar a su trabajo. No quería hacerlo. Era un bohemio sin remedio.
Lunes, bendito
lunes, inicio de semana. Caminaba a su trabajo y pensó en que faltaban un par
de metros para la esquina y a la vuelta… Ah!.... A la vuelta encontraría ese
jardín tan fascinante en la que algún día se tomaría el tiempo de sentarse un
rato en esa banca, leer a Stephen King y dejar que el tiempo pase. Pero no hoy,
estaba muy ocupado para satisfacer un capricho. Iba a prisa por la acera y
buscó el jardín, la banca, las hojas, el olivo que cubría del exceso de luz a
la banca y que, a su vez, filtraba tan sutil los rayos de la misma, las hojas
siendo arrastradas por el viento y en un impulso levantadas del suelo. Todo armonizaba
en su mente de una manera inefable.
Empezó a
disminuir la velocidad, se detuvo. Algo cambió ese día. La armonía estaba
presente, sin duda. El olivo hacía su trabajo a la perfección, dejando pasar
solo la luz necesaria, un par de hojas caían al mismo tiempo que otras se alzaban, el viento corría y subía
por la banca y se estrellaba con mezclilla, sí, acariciaba a una musa. Hoy el
viento rompía su fuerza contra una mujer de jeans, suéter rojo y una bufanda
beige tejida. Era inevitable ver como el azul de los jeans resaltaban sus ojos , el rojo del suéter hacia juego con sus labios y la bufanda simplemente la hacía ver como una artesanía divina.
La primera impresión que tuvo es que dejaría de ser un lugar relajante… acertó.
La primera impresión que tuvo es que dejaría de ser un lugar relajante… acertó.
Un par de días a la semana la veía y sentía la paz atenuarse, es decir, ¿Cómo podría ser relajante una situación que te provoca que tu corazón casi se salga del pecho, que tus manos te suden, se te nuble el pensamiento y balbucees como idiota? Sí, ¿Cómo se puede manejar una escena así? Si existía algún modo él no lo sabía, por eso optaba por evitarla.
Caminaba
idiotizado al sentir su presencia. Si el viento traía a su esencia a su olfato,
si miraba su silueta alrededor, si tocaba su celular para disimular, si se
humedecía los labios, si escuchaba el sonido de su voz al hablar por celular,
todo tenía el mismo efecto.
A pesar de todo
adoraba esta ansiedad. Hacía más de lo que podía afirmar que no sentía todo
esto, tan intenso, tan amplio. También pensaba en hablarle, en la forma en que
ella lo miraría, sonreiría o no, se tomaría el pelo conforme se acomoda en la
banca para platicar un poco más de lo esperado. Suspira. Traga saliva. Mete sus
manos en sus bolsillos y sigue caminando.
—Y le hablaste
¿Cierto?
—Hoy no estaba
allí —contestó Lucas—. Es divertido porque no me lo esperaba.
—O sea que te has
esperado todo este tiempo y ha sido tu musa pero ¿No has tenido los pantalones
necesarios para acercarte?
—Iván, si hubiese
sabido ayer que ella se iría hoy, yo hubi…
—Pero se ha ido
—replicó Iván.
—Se ha ido ¿No?
—Voló —Dio un
aplauso con las manos para enfatizar aquello—.
—Si eso decides
creer, —sonreía Lucas— pero si no, puedes crear lo que creas, lo que quieras y
lo que sea.
Iván lo escuchaba
serio, impotente a refutar eso. Con los párpados a medio abiertos respiró
hondo.
—Contra el dicho
de tu papá no puedo competir. Es un poco injusto que traigas a tú papá a la
conversación, es decir, el murió ya hace que ¿Diez años?
—Quince —corrigió
Lucas—, pero sigue siendo sabio ¿Pagas esto para irnos de aquí?
—¡Ya qué!
Dejaron el café.
El sol dejaba de alumbrar la ciudad poco a poco. Moría el día, nacía la noche y
la chica de la banca no dejaba la mente de Lucas. El departamento de Lucas era
amplio pero sus paredes no podían con el deseo de saciar esa curiosidad. Así
que se preparó una taza de té. Una luz sobre el restirador mostraba un proyecto
por terminar que invitaba a trabajar horas extra. Excelente distracción parecía
para él pero al pasar unos minutos quería saltar por la ventana y esperar volar
a encontrar a esa chica.
Dejar el proyecto
en la mesa para dar un par de pasos a la ventana y apoyarse en la cornisa para
saltar al tráfico nocturno sentir el aire contra su cuerpo y de un modo mágico
flotar un poco, sin exagerar, sólo lo suficiente, sólo para encontrarla.
—No te escondas
ya.
—No me has buscado aún —responde
ella—.
—Pero no sé nada de ti.
Ella sonrió.
—Excusas siempre hay —dijo.
Algo húmedo en su
mejilla le molestó. Una imagen borrosa le parecía familiar, esos trazos le
devolvieron a la vida. Su proyecto babeado por él lo hacían reconocer lo obvio,
se había quedado dormido pensando en ella.
El proyecto es lo
que menos importa —pensó—.
Se duchó y salió
al jardín del edificio. Esa banca verde y esas hojas amarillentas. Sus ojos la
veían allí, le hacían percibirla. Así que tomo asiento junto a ella. Verla de
cerca era un regalo. Después le arrebataban ese regalo cuando el bullicio
citadino le hacían difícil seguir viéndola. Concéntrate Lucas. Alzó los ojos para ver y la
mejor opción estaba en la esquina del frente. Los abarrotes de Don Tato. Por
más que odiara abandonar la banca sabía que podía encontrarla y la ansiedad
volvería, una droga para él.
Llego con Don
Tato. Un hombre con sobrepeso, mórbido quizá, bigote y un mandil. De origen
latino. Sabía todo lo que pasaba en el barrio. Juana se casó en secreto, la
señora Velarde engañaba a Don José con el chofer del mismo, Carlos le debía a
medio mundo, trátese de lo que fuera, si pasaba en el barrio él lo sabía. Como
aquella vez en la que se hizo una trifulca después de las fiestas de fin de año
y desaparecieron muchas cosas de todo el vecindario, Don Tato sabía quién robó
a quién.
—¡Buenos Días!
—Vaya que sí
—dijo Don Tato.
—Don Tato
necesito preguntarle algo.
—Mmm… Es temprano
—miró el reloj y con su mano derecha se peinaba el bigote— ¿En qué te has
metido muchacho? No será de mujeres, espero. Un robo ¿Quizás? ¿Algo Peor? Dime
¿qué puedo hacer por ti?
—Es una chica
que…
—Mejor hubiera
sido el robo —espetó Don Tato—.
—Ajá, ya lo creo
pero la cosa es qué se trata de la chica de la banca ¿No sabrá su nombre de
casualidad?
—De casualidad
no. Lo sé porque vino a buscar unas cosas raras pero le he dicho que no las
tenía pero le comenté de Chinolas, mi compadre, el de la ferretaría le dije que
allí podría encontrarlas.
—¿Cosas raras de
ferretería?
—Sí. Como sea, le
pregunté su nombre para recomendarla con Chinolas para qué le hiciera un
descuento.
—Muy amable de su
parte —Lucas quería el nombre—.
—Gracias. En
realidad ella se veía como buena niña. Muy amable. Incluso me ayudó a juntar
unas cosas que tiré por descuido
Lucas hizo una
nota mental. Es amable y considerada.
—Que linda pero
el nombre…
—¡Claro! Hacía
allá iba todo y su nombre era… —Con su índice y su pulgar peinaba su bigote
hacia abajo hasta tocar su pobre barba—. ¡TERESA! —gritó.
—¿Teresa? —inquirió
Lucas.
—No, Teresa es mi
hija.
La hija de Don
Tato, Teresa. Era un monumento, piernas torneadas y subiendo por su cuerpo
podías decir que era una modelo o algo así, de no ser por su voz, estilo y
clase. Era como Don Tato en lo que a conducta se refiere pero menos prudente y
más escandalosa, una mujer de cuidado. Usualmente llevaba pantaloncillos cortos
casi revelando sus glúteos, cosa que a nadie parecía molestarle, en especial a
los taxistas y choferes de autobús que pasaban por la calle, combinaba eso con
una blusa pequeña que dejaba ver el piercieng en su ombligo. Su calzado eran
unas botas color beige que resaltaban unas calcetas blancas deportivas que a su
vez contrastaban con su piel morena. El cabello era rizado cayendo y terminando
junto con su blusa. Su rostro era genuinamente bello y delicado. Nariz
respingada, cejas bien formadas, labio inferior carnoso y el superior no era
delgado. A veces Lucas pensaba, dejando de lado su personalidad, ella es
hermosa pero ¿qué lo detenía?
—¡Lucas! —gritó
Teresa emocionada.
Lo recordó. Esa
voz de pito se lograba oír hasta en el
barrio vecino.
—Teresa, ey ¿Qué
tal va todo?
—De maravilla, en
especial hoy que te veo recuerdo que ese gimnasio te ha hecho muy bien.
—Que amable de tu
parte pero no he ido al gimnasio desde la preparatoria, es decir, hace siete
años.
—Qué modesto eres
—jugaba con su pelo chino sobre su hombro derecho y se mordía el labio
inferior—. No te recordaba así.
—Sí… uh… tu papá
estaba por decirme algo.
—Así es —se
dirigió a Teresa— ¿Recuerdas el nombre de aquella muchacha que se sentaba
frente al parque?
Teresa rodó los
ojos hacia arriba y gruñó.
—Sí, la recuerdo
y también su nombre ¿Quién quiere saber?
—Yo. Necesito
saber… es importante.
—No me digas que
te ha flechado esa güera sin chiste ¿Te gustan de ese tipo?
Cualquier declaración puede ser usada
en mi contra.
—No, es que ha
dejado su teléfono móvil en la banca.
—¿Puedo verlo?
—Lo he dejado en
el coche para buscarla
Teresa no se
convencía de esa historia. Y una güera no era la que pensaba para Lucas, ella
lo miraba con una morena con voz chillona por su lado.
—No te creo —se
acercó a unos veinte centímetros del rostro de Lucas y lo vio a los ojos—, pero
si fuera mi móvil el que estuviera extraviado lo quisiera de vuelta.
—¿Entonces?
—¡Emilia! ¡Emilia
se llama la güera! Y ni me preguntes por su apellido que no lo sé.
—Muchas Gracias
Teresa en verdad te…
Teresa le tomó la
boca con su diestra y esas uñas postizas color rosa que tenía. Apretó las
mejillas de Lucas haciendo que sus labios saltaran de su rostro. Y se acercó a
distancia próxima de un beso y miró fijamente la boca de Lucas.
—Esa güera tiene
suerte de gustarle a un bombón como tú. —Suspiró— Pero si no funcionara, aquí
está tu Teresa que te espera ¿Lo sabes cierto?
—Gr…Gracias, creo
—dijo con dificultad— Ahora puedes soltarme la boca Teresa.
—Lucas, Lucas,
pequeño… —Dirigió su mirada al cuerpo de él— gran Lucas. No sabes lo que haces
—espetó al soltarlo.
Lucas tomó las
manos de Teresa y las alejó de él mientras retrocedía y dio vuelta.
Aprovechándose de esto Teresa le asestó una nalgada fuerte. Él se detuvo
respiró y siguió caminando dejando atrás a Teresa y Don Tato que seguían con el
alboroto.
—¡Aquí voy a estar
para ti! —gritaba Teresa a media calle mientras Don Tato soltaba una carcajada.
Nota mental: Don Tato y su hija están
desquiciados.
Ha su mecha!
ResponderBorrarJa Ja Ja o sea??
BorrarLo siento por Teresa pero no es fácil competir contra una musa, ellas siempre ganan...
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